El reptil vivió hace diez millones de años en los campos de lo que hoy es Teruel. Su esqueleto fosilizado apareció sin cabeza en las antiguas minas de azufre del municipio de Libros. Desde que se inauguró el Museo Paleontológico de Dinópolis, se lo podía contemplar en sus vitrinas. Como es habitual en los restos de este tipo, en unos tonos entre beiges y parduzcos:

[image id=»79095″ data-caption=»El fósil de serpiente de Libros (Teruel) que ha proporcionado los nuevos datos. © MNCN-CSIC, Fundación Dinópolis.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Sin embargo, un artículo que publica hoy la revista Current Biology nos cuenta que, en vida, la serpiente se camufló entre la vegetación con escamas verdes, salpicadas aquí y allá de negro, y de color pálido en su parte inferior. Probablemente, todas ellas brillaban con un tono irisado. Aunque lo interesante del asunto es cómo se ha llegado a esta conclusión, a pesar de que en sus restos no quedaban trazas de los pigmentos que les dieron el color.

Para averiguarlo, el equipo de la investigadora Maria McNamara, del University College de Cork (Irlanda) ha recurrido a las células que contenían esos pigmentos y que sí siguen conservadas en la piel. Esas células, llamadas cromatóforos, presentan distintas formas, abundancia y posición. Los investigadores –con los que ha colaborado la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel Dinópolis– han comparado esos datos con los de las serpientes actuales para llegar a reconstruir los colores ancestrales.

Este nuevo procedimiento podrá servir para precisar la apariencia cromática de muchos otros fósiles, una característica importante a la hora de deducir comportamientos de los animales vivos, como su capacidad de camuflaje, las relaciones entre presas y predadores o los hábitos de cortejo.

Pilar Gil Villar