En el Acuario de Seatlle no se les ocurrió mejor idea para atraer al público en el Día de San Valentín, que organizar una especie de performance erótica en la que los visitantes podrían tener ocasión de ver a dos pulpos apareándose. Algo a lo que el voyeur que todos llevamos dentro jamás podría resistirse.

Pero, al final, el espectáculo jamás llegó a celebrarse. ¿La causa? Que la estrella de la función iba a ser un gigantesco macho de casi 70 kilos de peso al que, muy oportunamente, habían bautizado Kong. Su enorme tamaño obligaba a elegir a una hembra que tuviera unas dimensiones aproximadas. Pero, lamentablemente, la única disponible tenía tan solo la mitad del volumen del semental con tentáculos.

Los responsables del acuario temían que Kong, en lugar de aparearse con una hembra «tan poquita cosa» prefiriera comérsela, así que optaron por suspender el romántico encuentro. De esta manera, no solo le salvaron la vida a la hembra, sinó también al fornido y voraz Kong, ya que los pulpos macho suelen morir entre una y dos semanas después de aparearse.

Redacción QUO