En 1972,científicos analizaron el uranio de la mina de Oklo, en Gabón para comprobar su composición. Pero no sabían la sorpresa que les depararía su hallazgo. Los elementos químicos están compuestos por neutrones, electrones y protones.
Lo que hace que un elemento, por ejemplo el oxígeno, sea oxígeno y no, supongamos hierro, no es de lo que están hechos ya que ambos tienen un átomo formado por protones, neutrones y electrones, sino cuántos protones poseen. El oxígeno, por ejemplo, tiene 8 y el hierro 26. Esto explica la diferencia. En la naturaleza, una vez que llegamos a los 92 protones, el uranio, los elementos se acaban. Pero hay un truco más que esconde la química: los isótopos. Cuando los átomos de un elemento tienen la misma cantidad de protones, pero un número diferente de neutrones reciben este nombre. Y el uranio tiene ocho.

Los investigadores franceses compararon las muestras del uranio obtenido en Gabón con otras y descubrieron que la cantidad de uranio 235 (uno de los isótopos de este elemento) estaba muy por debajo de lo normal. Pero eso no era todo, los niveles solo podían compararse a los estudiados en las plantas nucleares después de la reacción nuclear. La respuesta, aunque obvia, fue inicialmente aceptada con escepticismo: en la mina de Oklo había un reactor nuclear creado por la naturaleza. Uno que lleva cerca de 2.000 millones de años funcionando.
Para que esto ocurra se daban en la región condiciones muy poco habituales, un tipo de geología específica que contenía la reacción, un ciclo de agua que evitaba una conclusión desafortunada y un amplio suministro de uranio.
En el presente, la región ha pasado de ser un sitio ideal para estudiar eventos nucleares naturales, para convertirse un área que permite saber cómo disponer de los residuos nucleares, ya que los restos radiactivos de la zona no se han desplazado en cientos de millones de años. Eso permite a los expertos, primero disponer de un modelo adecuado para saber qué ocurre con estos elementos peligrosos en la naturaleza durante un lapso tan prolongado sin usar simulaciones que pueden fallar y segundo saber cuáles son los materiales más adecuados para contener estos tóxicos.

Este conocimiento resulta fundamental a la luz de la necesaria construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC) como el que se iba a construir en Villar de Cañas (Cuenca) pero ahora mismo se ha suspendido debido a distintas iniciativas de vecinos, ecologistas y asociaciones de protección de fauna y flora local.
¿Por qué hay que construir un ATC en España? Hasta hace pocos años, los residuos más peligrosos de las centrales nucleares españolas eran enviados a Francia y el Reino Unido, pero el contrato se terminó y nuestro país se tiene que hacer cargo de sus propios desechos, literalmente. O pagar una multa diaria de más de 50.000 euros.
Los conocimientos obtenidos en Oklo han permitido descubrir que todo lo que allí se quemó, ha quedado sepultado bajo toneladas de granito, arenisca y arcilla. El plutonio allí sepultado, por ejemplo, apenas se ha movido tres metros en millones de años. Estos datos, que no se pueden obtener en un laboratorio, ya que es imposible esperar 2.000 millones de años, permiten evaluar los riesgos potenciales de contaminación, escape de materiales peligrosos y diseñar la arquitectura más eficaz para prevenir cualquier desastre. Y es en esos datos en los que se están basando los responsables de la construcción del ATC de Cuenca, para determinar su seguridad y fiabilidad.

Uno de los inconvenientes señalados por diferentes asociaciones es que los residuos altamente peligrosos que llegarán a este ATC desde las seis centrales nucleares españolas, viajarán por tierra. Un accidente con alguno de los contenedores que los transportan puede desencadenar el caos. Pero los residuos viajan en depósitos que han sido sometidos a diferentes pruebas y están certificados bajo normas de seguridad internacionales. Se trata de cilindros de acero con sucesivas capas de blindajes que pueden soportar una caída de un metro sobre un punzón de acero, temperaturas de 800 grados durante media hora y hasta el impacto de un tren a más de 130 km/h.
En estos momentos, la construcción definitiva del ATC está en el aire. Por un lado la Junta de Castilla-La Mancha se ha propuesto impedir su instalación ampliando el área que protege a las grullas que pasan por la zona en su migración anual. Antes este área abarcaba 1.000 hectáreas., ahora ocupará 25 veces más. Y, al ser zona protegida, un ATC es inviable. Mientras tanto, el gobierno central sostiene que la necesidad es primaria y su puesta a punto, inminente.

Juan Scaliter