No sería extraño que alguien se sonrojase si le hablaran de la belleza de unas mamblas, que, atendiendo a su origen latino (mammula), serían el diminutivo de la mama. Un geólogo, sin embargo, enseguida caería en la cuenta de que se trata de esa pequeña elevación de terreno que toma forma de pecho de mujer y la mente le llevaría, por ejemplo, a las famosas mamblas de Tudela. Los procesos erosivos han marcado con este característico perfil las estructuras geológicas que presiden la confluencia de las vegas del arroyo Jamariel y el río Duero.

El palabrero geológico está lleno de palabras tan sugerentes como las mamblas, pero hoy ya han caído en desuso. Juan José Durán Valsero, investigador del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), las ha rescatado en el libro ‘Palabrero geológico. Recuperar las palabras de la Tierra’, un volumen que recoge topónimos y nombres de uso común relacionados con la geología de España.

“A veces –dice el autor- el lenguaje no es tan robusto como los conceptos que designa. ¡Mentirosas, mamblas, muñequitas, monjas! Si hubiéramos comenzado espetándoles con estas palabras, habríamos llegado a la conclusión, errónea, de que les estábamos insultando”. Todos estos vocablos con significados geológicos van quedando poco a poco relegados debido, según indica, a la impetuosa sustitución de los anglicismos, o sencillamente, por el desconocimiento y olvido de su significado.

Green grassland marsh under blue sky in Kushiro Shitsugen National Park, Uryu, Hokkaido, Japan

Katsushi MatsuzakiGetty Images

Algunas de esas palabras olvidadas y rescatadas hacen referencia no solamente a topónimos, sino a términos de origen popular con significación geológica que en el lenguaje actual han ido cediendo el testigo a su versión inglesa, con el consiguiente empobrecimiento de nuestra lengua. “Las nuevas generaciones –comenta Durán- muchas veces desconocen palabras que existen en español como trampal, para designar un pequeño humedal, una lagunita, y echan mano de términos foráneos”. E invita a ver la diferencia entre hablar con la imprecisión de la palabra inglesa, lightning o con la calidez de una palabra en vías de extinción como centellas o pedras do raio, que era el modo que tenían los aldeanos de denominar a los cristales de cuarzo que aparecían tras la lluvia, casi como caídos del cielo. El geólogo explica que este fenómeno, que en su momento parecía mágico, era tan sólo fruto del arrastre de la lluvia que limpiaba el terreno donde estaban estos cuarzos.

Llámargo y ostioneras

El libro, por tanto, más allá de servir de glosario al enamorado de la geología pasa a ser una especie de manual etnográfico que recopila voces de muchas regiones de España, como la asturiana llámargo, el manchego boquerón o las gaditanas ostioneras. Estamos ante esa historia pequeña del origen de la acepción hoy casi olvidado y frente a un neologismo, el que se usa para dar título al libro, entendido como colección de palabras en desuso y que el autor no descarta ampliar ya que reconoce que el afán de este volumen no ha sido exhaustivo, pese a contar en su haber con más de 500 palabras. “Quedan muchas otras por devolver a los aficionados a las Ciencias de la Tierra y a los investigadores, en ocasiones contaminados en exceso por el calco lingüístico”.

Marian Benito