Hace cientos de millones de años, los vertebrados del mundo, que vivían en el agua, comenzaron a dividirse en dos tipos: unos con aletas radiadas, surcadas por espinas, como en la trucha, la sardina o el pez espátula de hoy, y otros con aletas lobuladas. Mientras los primeros fueron evolucionando y dando lugar a otras especies acuáticas, en el segundo grupo el tiempo fue generando criaturas cada vez más propensas y adaptadas a salir a tierra firme. Así surgirían los anfibios y, a partir de ellos, los vertebrados terrestres, incluidos nosotros.

Ambos grupos, que han dado lugar a la gran mayoría de los vertebrados actuales, tuvieron un único antepasado común, según un estudio publicado en Nature Communications y dirigido por la neurocientífica Melinda Modrell, de la Universidad de Cambridge. El tatarabuelo en cuestión debió de surcar las aguas hace 500 millones de años y estar dotado de una magnífica visión, mandíbulas con dientes y la capacidad de detectar las variaciones de voltaje eléctrico en el agua.

Precisamente este sexto sentido, el de la electrocepción, ha constituido el hilo conductor del estudio. Hoy en día se manifiesta en diversas especies de peces (entre otros, tiburones, esturiones, mantas raya o peces espátula), algunos anfibios (salamandras como el axolote mexicano) y ciertos mamíferos, como el ornitorrinco , algunas equidnas y, según se ha descubierto recientemente, el delfín de Guinea. Aunque algunos pueden emitir descargas para atontar a sus presas, la mayoría de ellos solo están en condiciones de detectar la electricidad, que les ayuda a situarse en aguas turbias u oscuras y a registrar la presencia de obstáculos y presas. Para ello poseen unos órganos sensitivos especiales, que pueden localizarse en la cabeza (tiburones), en el pico o morro (ornitorrico y equinas), o a lo largo de la llamada línea lateral, que recorre los costados del cuerpo y que puede apreciarse con claridad en algunos peces.

Para comprobar si la electrocepción ha aparecido de manera independiente en los distintos grupos que la presentan, el equipo de Modrell ha comparado cómo se desarrollan los órganos responsables de este sentido en el pez espátula, como representante de los peces de aletas radiadas, y al ajolote, como heredero de los de aletas caudales. El resultado muestra que los sensores de ambos comienzan a formarse en el mismo tejido del embrión y siguen el mismo proceso de desarrollo a lo largo de la línea lateral. De ello deducen que constituyen un legado evolutivo procedente de un ancestro común a la mayoría de los vertebrados.

A medida que algunas especies iban abandonando el medio acuático como hábitat natural, fuimos perdiendo la capacidad de detectar pulsos eléctricos, y los órganos correspondientes, ya que el aire no es tan buen conductor de la electricidad como el agua.

Pilar Gil Villar