Sigo en el tren. Y al paisaje de vacas le sigue un bosque de pinos que parece centenario. Está protegido y nadie lo ha tocado desde, supongo, su nacimiento. Es bello, mucho, pero tanto como una tea a punto de arder. Lo cual puede que no sea tan malo. Y no lo digo yo. Lo asegura José Antonio Vega, director de un grupo del Centro de Investigación Medioambiental en Pontevedra: “Hay millones de hectáreas en todo el mundo que sobreviven gracias a su adaptación al fuego. La percepción del fuego está cambiando mucho. Tan malo es no quemar nunca, como hacerlo con una frecuencia excesiva impidiendo que la planta madure sexualmente. Entre los ecologistas hay una visión muy intocable de los ecosistemas, que no se corresponde con la realidad. Lo que se preconiza es la no intervención absoluta y eso en algunos ecosistemas no ayuda a su conservación. No intervenir puede causar un incendio más peligroso.” Otro especialista en gestión del fuego tiene una opinión similar a la de Vega. Armando Gonzalez Caban, que pertenece al Laboratorio de Investigación de Fuegos Forestales del suroeste del Pacífico, en California. Caban sostiene que “hay varios ecosistemas que dependen del fuego para subsistir y que se han desarrollado con él. En el sur de España, por ejemplo, sucede esto. Y dichos ecosistemas existen en todo el mundo, en California, en África, en Europa. La realidad es que a menudo un incendio pequeño puede quemar todo el matorral y renovar un bosque entero. El sistema del chaparral, típico del sur de Estados Unidos, se puede incendiar hoy y en dos o tres meses se ha regenerado por completo. Necesita el fuego.”
Desde hace poco los científicos están cambiando nuestra visión del fuego. Aunque no tanto como para abrazarlo.

Redacción QUO