Las numerosas oleadas de medusas que se han registrado en nuestras playas en los últimos veranos no tienen por qué indicar que estén proliferando de forma generalizada en todo el mundo. Esta es la cauta advertencia que ha lanzado esta mañana un grupo de expertos en el estudio de estos animales.

Todos ellos participaron en la jornada de ayer en el VI Debate sobre Biología de la Conservación, organizado por la Fundación BBVA y la Estación de Investigación Costera del Faro de Cap Salines (IMEDEA) para intercambiar datos y opiniones sobre El papel global de las medusas y su aumento en el océano. Su coordinador, Carlos Duarte, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) (CSIC-UIB), ha destacado que esa impresión de amenaza mundial se gestó con la publicación en Science de un estudio que reflejaba un trepidante aumento de la presencia de medusas en el Mar de Bering entre 1980 y 2000. A pesar de que sus autores enviaron más tarde a otra revista menos prestigiosa la constatación de que esas cifras habían descendido a niveles anteriores a los de 1980, este hecho apenas tuvo repercusión mediática.

Es cierto que las costas europeas reciben la visita de especies invasoras, como la carabela portuguesa que se ha registrado en el Cantábrico, y que en Japón proliferan ejemplares gigantes que pueden alcanzar los 2 m de diámetro y pesar más 300 kilos, mientras los estuarios de EEUU, el Báltico y el Mar Negro son escenario de masivas apariciones, con la consiguiente alarma entre los bañistas y considerables problemas para los pescadores. Además sus aglomeraciones han llegado a colapsar en varias ocasiones las tomas de agua para refrigeración de centrales nucleares, obligándolas a reducir su producción.

Sin embargo, aún queda por demostrar que esas explosiones demográficas no correspondan a los ciclos naturales en la vida de tan elegantes habitantes del mar. En palabras del Prof. Rob Condon, de Universidad de Alabama (EEUU) “sabemos tan poco sobre el papel de las medusas en los ecosistemas, que debemos tener mucho cuidado con las afirmaciones que realizamos”.

Para empezar a conocerlo, el primer paso es realizar un recuento de sus proliferaciones. De ello se encarga el JEDI (Jellyfish Database Initiative), una base de datos cuyos 530.000 registros suponen un 90% del total de datos suficientes para dar una respuesta a la tendencia general de las poblaciones. El JEDI forma parte de un proyecto internacional en el que se han embarcado muchos de los apenas 100 especialistas de todo el mundo en organismos gelatinosos, con la intención de profundizar en sus características y formas de vida. Sus sistemas de rastreo incluyen a intrépidos buceadores y robots submarinos, capaces de detectar especies en las más remotas profundidades acuáticas.

El Prof. Laurence P. Madin, del Woods Hole Oceanographic Institute (EEUU) destacó que “aún estamos encontrando especies nunca vistas, capaces de adaptarse a condiciones con escasa disponibilidad de alimento”. Su estudio nos llevará a un conocimiento más profundo del papel de los animales en la economía del océano y el movimiento de los materiales de un lugar a otro, y en la ecología de sus hábitats, así como a “encontrar más usos para sus componentes”.

Porque estos seres aportan una gran cantidad de beneficios: además de contribuir a mantener la biodiversidad, como alimento de tortugas y todo tipo de peces sirven de hábitat para pequeños peces que buscan protección dentro y cerca de ellas. Por otra parte, su estudio ha llevado a avances como la detección del choque anafiláctico o las proteínas fluorescentes para marcar, por ejemplo, las células cancerígenas de un tejido. También contribuyen al flujo de nutrientes y de carbono en el mar, aumentando la capacidad del océano de capturar CO2.

En cuanto a su abundancia en el Mediterráneo, Josep-María Gili, del Institut de Ciènces del Mar (CSIC), Barcelona, destacó que “una buena gestión del tema costero puede contribuir a su proliferación en las playas”, especialmente importante, porque, según añade, “es seguro que volverán”.

Por su parte, el Prof. Shin-ichi Uye, de la Universidad de Hiroschima (Japón) se remitió a la situación de su país, donde considera que puede aumentar la frecuencia de proliferaciones de medusas gigantes, que ya se han prodigado más de lo habitual en los últimos 10 años. Observar su evolución en la etapa juvenil, que suele desarrollarse en aguas chinas, puede ayudar a los pescadores japoneses a adaptar sus hábitos y estrategias antes de que lleguen a sus costas y evitar así las considerables pérdidas que les ocasionan.

Pilar Gil Villar