Bravo Murillo es algo más que una calle de Madrid, Burgos, Santander, Toledo, Zamora o Zaragoza. Es un nombre ante el que plátano se arrodilla, un ministro que en 1852 favoreció la liberación de la entrada y la salida de mercancías de los puertos francos de Canarias y con ello la expansión de esta fruta amarilla en el resto del mundo. Casi 150 años de privilegio vivió el plátano. Hasta que la lucha comercial entre los diferentes productores mundiales se recrudeció y con ello una batalla contra otra fruta que se le parece mucho: la banana, que tiene en las grandes corporaciones multinacionales –Dole, Chiquita y Del Monte, entre otros– uno de los frentes más activos. Más allá de intereses comerciales, los científicos arrojan luz sobre tan particular contienda. El informe Características diferenciales entre el plátano de Canarias y la banana de distintas procedencias, realizado por la Universidad de Zaragoza, pone de manifiesto que nuestra variedad cubre un porcentaje muy elevado de las necesidades de casi todos los nutrientes, mientras que un estudio de la Indian Journal of Horticulture revela sus cualidades para combatir la depresión, gracias al triptófano, un aminoácido que favorece la liberación de serotonina. La cantidad de microminerales –hierro, cobre, cinc y manganeso– del plátano es un poco inferior a la de banana, algo importante si se tiene en cuenta que el organismo no puede sintetizar estos aminoácidos y es absolutamente necesario incluirlos en la dieta. Discreto en su aspecto y sin la exuberancia de la banana, bajo su piel esconde otras características. El potasio y su influencia en la transmisión y generación del impulso nervioso es una de ellas. En una proporción de 497,8 g/100 g en el plátano, frente a los 434,6 g/100 g de la banana, el potasio favorece la concentración intelectual. Un estudio realizado por la escuela Twickenham en Middlesex (Gran Bretaña) con 200 alumnos puso en evidencia que al aumentar la ingesta de plátanos mejoraba la capacidad de raciocinio de los estudiantes.

Redacción QUO