Además de un disfraz, toda esta parafernalia es una forma de emitir señales. Roger Hanlon, del Laboratorio de Biología Marina de Woods Hole, en Massachusetts (EEUU) ha documentado unos 40 patrones corporales diferentes en las jibias, como también se llama a estos animales. Muchas los utilizan para comunicarse entre sí y también con otras especies (ver recuadro en la última página). En un estudio publicado en diciembre en la revista Current Biology, Keri Langridge, de la Universidad de Sussex en Brighton (Reino Unido) demostró que las sepias son los únicos invertebrados conocidos con reacciones específicas para cada uno de sus predadores. Igual que nosotros golpeamos a un tiburón en las branquias cuando nos ataca, pero salimos corriendo ante un cocodrilo, una sepia amenazada responde en consecuencia. Langridge colocó un predador en un tanque vecino al de la sepia y, gracias a un dispositivo de espejos, hizo creer a esta que estaban en el mismo tanque. La jibia se puso imediatamente a la defensiva. Pero con diversas reacciones. Ante una lubina, la sepia aplana el cuerpo y extiende su aleta en forma de volante para aparentar ser lo más grande posible, al tiempo que muestra dos manchas negras, a modo de ojos, en su espalda. Este aspecto, destinado a sobresaltar al enemigo y conocido como “deimático”, es muy habitual en el mundo animal, pero no está exento de riesgo. “No es más que un farol y no es probable que engañe a todos los predadores”, dice Langridge. Y parece que conocen ese peligro. Langridge las tentó para que usaran su aspecto deimático frente a lijas y cangrejos. Los cangrejos siguen a su presa oliendo su rastro en el agua, mientras que las lijas usan campos eléctricos para cazar. Como las sepias no tienen defensa frente a estas líneas de ataque, huyeron a toda mecha. Por si eso fuera poco, las nuevas investigaciones de Hanlon y su colega del Woods Hole, Lydia Mäthger, publicadas en Biology Letters, revelan que, controlando sus iridóforos, los cefalópodos pueden llegar a comunicarse con otros individuos de su misma especie, sin el peligro de ser detectados por las otras.

Un código muy privado
Ese lenguaje secreto utiliza la luz. La del sol se polariza cuando toca el agua del océano. Las sepias no solo pueden ver los patrones de polarización de la luz, sino que también son capaces de emitir señales polarizadas, cambiando el espacio que existe entre los reflectores de sus iridóforos. Así pueden enviar mensajes secretos mientras permanecen camufladas. Mäthger y Hanlon señalan que este astuto truco “no resulta del todo sorprendente”. El problema de pertenecer a un grupo de presas es que, si divisas a un predador, se supone que debes avisar a todos los demás. Pero eso atrae la atención sobre ti y te convierte en el objetivo prioritario. El sistema de la sepia le permite alertar sin revelar su presencia. El grupo de Hanlon no ha intentado probar que las sepias utilicen las señales polarizadas para comunicarse, porque resultaría muy difícil identificar una respuesta. “Es probable que la señal diga: ‘Hay un predador en las proximidades; no te muevas’. ¿Qué respuesta vas a medir, exactamente?”, puntualiza. Es asombroso que la claridad de la señal no varíe con la postura, ni el movimiento de la jibia: los iridóforos están dispuestos y controlados de tal modo que, incluso si el animal se pusiera a hacer la ola, la señal de luz polarizada variaría solo mínimamente. En otras palabras: se pueden camuflar, balancear y enviar señales secretas a la vez si es necesario.
Y les viene muy bien, porque estos genios submarinos también recurren a ciertas posturas y movimientos para desaparecer en su entorno. Cuando se esconden entre la vegetación marina, suben los tentáculos y los ondean al ritmo de la vegetación que las circunda. Hanlon acaba de completar los primeros estudios sobre esta posición. Los resultados obtenidos al enfrentar a las sepias con rayas horizontales y verticales en la pared de su tanque son sorprendentes. “Si las rayas eran verticales, elevaban un brazo. Si eran horizontales, estiraban el cuerpo en horizontal. ¿No es maravilloso?” Lo más interesante es que la sepia no usa los patrones de su piel para cuadrar exactamente con las rayas. Adam Shohet y Chris Lawrence, que están investigando la posibilidad de copiar el camuflaje de las sepias para su uso militar (ver primer recudro), sugieren que lo hacen así porque la otra opción resulta demasiado arriesgada: los mínimos errores en la alineación y espaciado de las rayas de camuflaje, podrían poner de manifiesto su presencia. Sin embargo, sí suelen vestirse a rayas para, por ejemplo, armonizar con la vegetación marina. Pero Hanlon señala que no lo hacen para identificarse con el fondo, sino para distorsionar la imagen de lo que les rodea y dificultar su localización al máximo. A pesar de estos avances, todavía queda mucho que investigar sobre las sepias. Nadie sabe exactamente cómo se dan cuenta de que se han difuminado por completo con el fondo, ya que con los experimentos efectuados se ha podido comprobar que no se miran la piel para cerciorarse de ello.

Verde, que te quiero verde
Y otro interrogante es cómo se mimetizan tan convincentemente con fondos coloreados, cuando cada vez más evidencias sugieren que son ciegas al color: solo perciben la gama del verde. Shohet cree que podría tener que ver con que la mayoría de las profundidades marinas tiene muy pocos colores. Los cromatóforos se adaptan a esa paleta natural y el brillo al fondo, mientras los leucóforos y los iridóforos se encargan del resto. “Es un truco de prestidigitador, pero sin el humo”, comenta. Aun así, resulta un truco impresionante. Hanlon y sus colegas han publicado recientemente en la revista American Naturalist que las habilidades de camuflaje de la sepia no disminuyen de noche Obviamente, no hay opción, ya que tienen que enfrentarse con frecuencia a predadores con buena visión nocturna. Pero, ¿cómo pueden hacerlo, si solo ven la gama del color verde? La pista está en el análisis de su piel, que reveló que contiene genes activos que codifican la opsina, una molécula sensible a la luz. Esto podría indicar que la piel está dotada de sensores de luz que ayudan a controlar el camuflaje. “Tiene sentido pensar que pueda haber algún tipo de sensibilidad distribuida por la piel”, dice Hanlon. Pero resulta que la opsina presente en la piel es la misma que hay en el ojo. Por tanto, si hay un sentido que detecta la luz por todo el cuerpo, debe de registrarla también en matices de verde. De modo que, por ahora, los detalles del sistema de camuflaje de la sepia, al igual que su canal de comunicación invisible, siguen formando parte de los numerosos secretos del molusco más creativo del mundo.

Redacción QUO