Hubo un tiempo en que las sepias eran moluscos protegidos por un robusto caparazón. Pero, allá por el Jurásico, un capricho de la evolución les dio la vuelta como a un guante y las transformó en vulnerables criaturas con un minúsculo esqueleto interno. A los ojos de sus numerosos depredadores eran trozos de carne desnuda llenos de proteínas. Para sobrevivir a este giro, las sepias adoptaron estrategias que empezamos a entender ahora, y que van más allá de sus insuperables habilidades de camuflaje.

Una de ellas es la capacidad de detectar la presencia de otras especies, la humana por ejemplo, como atestiguan los buceadores de todo el mundo. Entre ellos se ha extendido la costumbre de mostrar a estos animales dos dedos en forma de “V” como señal de paz. En un caso único de saludo entre especies, ellas hacen lo propio levantando dos de sus brazos. Sin embargo, este gesto no tiene nada de pacífico.

En realidad, se trata de una reacción secundaria de defensa, que utilizan en las raras ocasiones en que falla su arma principal: el camuflaje. La capacidad de confundirse con el entorno la comparten con otros cefalópodos, como los pulpos y los calamares. Todos ellos gozan de características anatómicas que lo hacen posible. En primer lugar, debemos mencionar los cromatóforos de su piel, unos sacos de pigmento rojo, amarillo o marrón que se vuelven visibles gracias a unos músculos que los circundan. Esos músculos están controlados directamente por los centros motores del cerebro y por eso se identifican con el fondo con tanta rapidez.

Otro factor del disfraz es la textura cambiante de la piel, a la que una serie de papilas dan un tacto suave o espinoso. Pero la guinda del equipamiento la ponen los leucóforos e iridóforos, una especie de placas reflectantes situadas bajo los cromatóforos. Los primeros pueden reflejar un amplio espectro de longitudes de onda, desde la de la luz blanca de las aguas superficiales hasta la de la azul de las zonas profundas. Los iridóforos producen reflejos iridiscentes, parecidos a los de las alas de las mariposas.

Mientras los iridóforos de otras especies, como peces y reptiles, producen reflejos en azul y verde, las sepias pueden apagar y encender esos reflectores en tiempos que van de segundos a minutos, además de controlar el movimiento de los discos para poder seleccionar el color. Son capaces también de combinar esos tonos con los de los cromatóforos, y formar destellos morados o naranjas.

Redacción QUO