En medio del desierto no hay muchas posibilidades de variar la alimentación. Los hervíboros que viven allí, como las ratas americanas Neotoma stephensi y Neotoma albigula, dependen de las escasas plantas capaces de crecer en ese entorno. Las primeras se limitan a engullir un solo tipo de planta, el enebro, por lo que se las denomina especialistas, y las segundas no se andan con remilgos y practican una dieta generalista.

Por su parte, las plantas, también deseosas de sobrevivir, cuentan con compuestos químicos venenosos, destinados a disuadir a esos hambrientos depredadores. Sin embargo, no consiguen acabar con ellos, porque ambos han desarrollado estrategias para burlarlos. El hígado de la N. stephensi produce enzimas que neutralizan las sustancias tóxicas, pero la N. albigula tiene que modificar sus hábitos alimentarios para no morir intoxicada.

En un estudio publicado en la revista Functional Ecology, un equipo de la Universidad de Utah (EEUU) encabezado por Denise Dearing explica que, cuando aumenta la cantidad de sustancias perjudiciales en la comida que tienen a su disposición, estos roedores nocturnos reducen el volumen de sus comidas incluso hasta la mitad, las espacian más, se alimentan menos veces en una noche y beben mucha más agua.

Además adaptan su comportamiento al tipo y cantidad de plantas disponibles en cada ocasión, lo que hace pensar a los investigadores que estos animales cuentan con un sistema de detección de veneno, aún desconocido. Mientras lo estudian, Dearing y sus colegas sospechan que podría estar formado por receptores de, por ejemplo, el sabor amargo situados en el aparato digestivo de las ratas, como los que ya se han encontrado en otros roedores. Una vez activados por las toxinas, esos receptores indicarían al cerebro que tiene que paralizar el banquete, al menos hasta más tarde.

Pilar Gil Villar