Dos de las «cabezas enclavadas» de la Edad de Hierro encontradas en el poblado ibero de Puig Castelar pertenecen a mujeres, lo que desbarata la hipótesis de que estas cabezas cortadas fueran solo de guerreros caídos en el campo de batalla

Siglo III antes de nuestra era. Estamos en la Edad de Bronce. Las «cabezas enclavadas», cráneos atravesados por clavos de hasta 23 centímetros, pertenecieron a pobladores de la península Ibérica con un trágico final. Somos descendientes de aquellos pueblos.

En todos los continentes en algún momento de la historia, distintas culturas tomaron por costumbre decapitar a otros humanos. Los ejemplos más antiguos se sitúan en Jericó (Cisjordania, Palestina) durante el Neolítico (unos 9.500 años atrás). En 1952, se hallaron nueve cráneos perfectamente conservados y con conchas dentro de las órbitas oculares.

Las cabezas cortadas atravesadas por clavos son un fenómeno característico de la Edad del Hierro, y en concreto de la cultura ibérica, especialmente en los siglos III y II a.e.c.

Denario romano, jinete agarrando cabeza (Angel Martínez Levas / M.A.N.)

Los autores clásicos describen que los guerreros cortaban las cabezas a los enemigos vencidos, las ataban al cuello de los caballos y las llevaban a sus poblados, donde las clavaban en las entradas de residencias o edificios públicos. Decapitar les permitía hacer recuento de enemigos vencidos, y también hacer alarde de poder y gloria.

Hasta aquí la explicación más aceptada sobre la razón de los inquietantes cráneos enclavados. Sin embargo, ¿Cómo explicar que dos de ellos sean de mujeres? ¿acaso también ellas eran guerreras?

Guerra y crueldad entre los iberos

Regresemos a la costa de la provincia de Barcelona, a un remoto poblado al noreste de la Península Ibérica, lo que hoy es Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet). Este lugar fue en el siglo III a.e.c. un poblado ibero sin escrúpulos para la tortura.

El poblado se estableció sobre una loma agraciada por la brisa del mar, Turó del Pollo (303m), y fue descubierto por un terrateniente catalán a principios del siglo XX en sus propias tierras.

Tres siglos antes de nuestra era, allí vivía la tribu de los layetanos, fuertes en la región desde  el siglo VI a.e.c. hasta el III a.e.c.

La región controlada por los Layetanos,

En varias campañas de excavación del poblado encontraron un morillo de hierro (rejilla para chimenea), una cabeza de terracota de Tanit (diosa fenicia de la fecundidad) y el primer cráneo enclavado. Era el primero de una serie de cráneos datados en el siglo III a.ec., atravesados por grandes clavos.

El primero en salir a la luz fue el Cráneo del individuo PC-388 de Puig Castellar, y posteriormente se encontraron otros cráneos en la localidad de Ullastret. Esta es la reconstrucción del rostro de PC-388.

Los antropólogos hasta ahora han explicado estos hallazgos como cráneos de enemigos caídos en la batalla, que se exhibían públicamente sujetos por un clavo en las murallas del poblado, desde el que debían tener como objetivo espantar a cualquiera que tuviera intención de asaltarles. Sin embargo, tras un exhaustivo estudio de los cráneos enclavados encontrados en Puig Castellar se ha encontrado que hay dos cráneos de mujer y uno de un adolescente de 15 años. La explicación ya no convence a todos.

¿Eran mujeres guerreras?

M. Eulàlia Subiràa y M. Carme Rovira Hortalàb, investigadoras de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y el Museo de Arqueología, publicaron el estudio Las “cabezas cortadas” del poblado ibérico del Puig Castellar. Datos para una reinterpretación. Tal y como explica el estudio, “la identificación de mujeres entre las víctimas halladas en Puig Castellar sorprendió dado que, de manera generalizada hasta hoy, las “cabezas cortadas” de la Edad del Hierro han sido atribuidas exclusivamente a guerreros caídos en el campo de batalla. Esta atribución se debe fundamentalmente a las fuentes escritas clásicas, que sitúan acciones de este tipo en el ámbito céltico”.

¿Podría tratarse de guerreras? En palabras de las autoras, “su posible atribución a ‘amazonas’ no nos parece adecuada porque, entre las escasas fuentes que mencionan los episodios bélicos en el nordeste a raíz de la Segunda Guerra Púnica, las únicas menciones a mujeres se hacen en condición de rehenes (la mujer e hijas de Índibil) y jamás entre los contingentes”.

El estudio explica que “la presencia de mujeres se debería a razias, el tipo de conflicto violento entre comunidades que se atribuye a los iberos: ataques rápidos por sorpresa con el objetivo de apropiarse de un botín formado por los bienes ajenos y quizás también capturar efectivos humanos”.

Si nos atenemos a ejemplos antropológicos parece factible que se exhibieran las cabezas de los vencidos en otras comunidades, sin distinción de sexo o edad como muestra de valentía y superioridad sobre ellos. Esto explicaría que entre los individuos estudiados de Puig Castellar se cuenten dos mujeres y un joven de unos 15 años. Serían miembros de una o varias comunidades rivales asaltadas, mostrados como trofeos en una zona de acceso al poblado. Las cabezas enclavadas seguramente no solo eran guerreros, sino también víctimas de la guerra.