El nadador Michael Phelps entrenaba haciendo footing, pero tuvo que dejarlo porque no paraba de tropezarse. Fuera de su medio (el acuático) es como un torpe pingüino. Phelps se quedó una vez dormido en la plataforma antes de que le dieran la señal de salida para los 400 metros libres. Y cuando gana una medalla, corre a dar un beso a su mamá. Porque hay humanos que aman, se duermen y se caen, como nosotros, pero a la vez son auténticos supermanes. Por mucho que se trabajen y entrenen sentidos, cerebro y músculos, los superpoderes no llegan del cielo, llegan de la genética. Las personas que podemos considerar dotadas de una capacidad superlativa o extraña en algún terreno la tienen desde que nacen, hay que conseguir extraerla del interior. A Phelps le estudian los fisiólogos porque es un verdadero pez, su tronco es extraordinariamente grande en comparación con la longitud de sus piernas. Y eso es bueno, porque los miembros inferiores pesan mucho y actúan como un lastre que puede hundir al nadador. Podemos llamarle “chaparrete”, porque lo es relativamente. Pero una de las rarezas que tiene más sorprendidos a los médicos es que sus músculos casi no se fatigan. Le han medido los niveles de ácido láctico (indicadores de cansancio muscular) después de batir récords, por ejemplo en los 200 metros mariposa, que es una cosa cansadísima, y los tiene como una personal normal en reposo.

Gente de gran corazón
Y no solo son cuestiones físicas: los especialistas aseguran que el extraordinario cuerpo de Nadal no es nada comparado con su fortaleza psíquica. Jamás se rinde ni asusta, una potencia que en parte proviene del exterior: su entorno familiar. Estas facultades extraordinarias solo están en determinados lugares de los organismos de ciertas personas. En el corazón las esconden el ciclista Induráin y el esquiador de fondo Bjorn Daehli. Ellos tienen desarrollada de tal forma la pared del ventrículo izquierdo que el miocardio se contrae más de lo normal. Así consiguen que su co­razón se vacíe absolutamente de sangre con cada latido y se pueda volver a llenar. Sirve para aumentar su VO2 max, o sea, la capacidad máxima de oxígeno que el organismo atrapa en el aire, transporta y consume por unidad de tiempo y de peso. Si los practicantes del sillón ball tienen un VO2 max de 50 ml/kg/min, el ciclista navarro y el esquiador noruego llegan a 80 o 90 ml/kg/min. Esto está relacionado con la acumulación de ácido láctico y les permite resistir mucho sin que su nivel se eleve, lo que impediría el buen funcionamiento muscular.

Redacción QUO