Entre los fósiles de aves del yacimiento de Fumane (Italia), ninguno correspondía a partes ni a especies nutritivas. Los había de quebrantahuesos, buitre negro, cernícalo patirrojo… Sin embargo, los individuos neardentales que acabaron con ellas hace 44.000 años debían de tener una razón para matarlas. Según Matteo Romandini y Marco Peresani, se trataba de pura coquetería. Los investigadores italianos escudriñaron las marcas de los huesos y llegaron a la conclusión de que la finalidad de aquellos homínidos había sido conseguir plumas con las que engalanarse. Para certificar que el acto no era fruto de una extravagancia aislada, otro grupo de científicos buscó pruebas del mismo comportamiento en múltiples yacimientos esparcidos por el tiempo y la geografía, y las halló. Por tanto, podemos añadir las plumas al repertorio de acicalamiento neandertal, en el que ya habíamos anotado la pintura de la piel con lápices de manganeso (negro) y óxido de hierro (rojo), y el uso de collares fabricados con cuentas de marfil y conchas marinas horadadas. Algunas de ellas desenterradas en las cuevas murcianas de los Aviones (Cartagena) y Antón (Mulas).

Enterraban a sus muertos, mostraban compasión y adaptaban su dieta a los recursos disponibles

Ese gusto por el adorno ha quedado reflejado ahora en el busto que protagoniza la exposición Cambio de Imagen, una nueva visión de los neardentales, abierta hasta finales de año en el Museo de la Evolución Humana, en Burgos. La elección del enfoque tiene su sentido. Unos homínidos capaces de incluir en su cultura la preocupación por su aspecto se alejan un paso más del primer boceto de ellos que habíamos trazado. El que describía a unos individuos brutos, carnívoros, violentos y tan poco hábiles que se dejaron barrer del mapa en cuestión de 30.000 años por unos ingeniosos intrusos llegados de África a la Eurasia que ellos habían poblado durante unos 170.000 años. Tenían que ser necios, porque los vencedores siguieron evolucionando y procreando hasta llegar a Recaredo, Da Vinci, Mahoma, Beethoven, Beyoncé, tú y yo. Que somos guapos y listos gracias a la superioridad de nuestros abuelos.

Pero no hemos estado muy acertados arrinconándolos como las ovejas negras de la Prehistoria. Para Antonio Rosas, paleontólogo del Museo de Ciencias Naturales (CSIC) y autor de Los neardentales, la gran sacudida a esa imagen “en el mundo académico llegó a finales de los 60 desde el yacimiento de Shanidar (Irak), con la aparición de enterramientos con supuestas ofrendas florales. Desde entonces, un goteo de descubrimientos han contribuido al cambio de mentalidad”.

Si enterraban a sus muertos y, como se comprobó también en Shanidar, cuidaban a un individuo enfermo y desvalido, probablemente no eran tan brutos como parecían.

También comían mejillones

Ni tan simples, incluso en los aspectos más cotidianos. Parece que los cazadores de osos y mamuts también degustaban sus verduritas, según acaba de confirmar de nuevo el análisis de los restos fecales que dejaron hace 50.000 años en El Salt (Alicante). Ainara Sistiaga, estudiante de la Universidad de La Laguna, ha detectado en ellos el correspondiente vegetal del colesterol, y cree que ingerían tubérculos, bayas y frutos secos, porque “seguramente comían lo que tenían a mano según la situación, la época y el clima”. Precisamente esa capacidad de adaptación es lo que destaca Rosas: “Los neandertales del sur de Europa tenían una dieta más amplia. Si yo soy hipercarnívoro, pero llego a la zona del mediterráneo y soy capaz de comer conejo, plantas y mejillones, me convierto en un ser distinto”.

Utilizaban palillos para aliviar las molestias que les causaba la inflamación de las encías

Las conchas de hace 150.000 años encontradas en una cueva de Málaga prueban que tampoco le hacían ascos a esos moluscos. Es más, la habilidad para aprovechar los recursos iba un paso más allá, cuando se utilizaba para cuidar la propia salud. Esa parece haber sido la intención de cinco individuos que vivieron en El Sidrón (Asturias) y cuyos esqueletos han llegado hasta nosotros con microfósiles de plantas entre los dientes. Un exhaustivo estudio dirigido por Karen Hardy los identificó como fragmentos de plantas diversas, entre ellas manzanilla y milenrama, lo que ha llevado a pensar que conocían y utilizaban sus propiedades medicinales. Cuando se les inflamaban las encías, se ayudaban incluso de palillos para aliviar el dolor provocado por cualquier resto que las rozara. Así lo indican las marcas de una mandíbula hallada en Oliva (Valencia).

Un sitio para cada cosa

Si a estos últimos descubrimientos añadimos el de que manipulaban lejos de las zonas de convivencia de la cueva la carne y los materiales con probabilidad de pudrirse, quizá debamos buscarles un lugar más honorable en la vitrina de nuestros ancestros. Porque en 2010 el análisis genético de varios ejemplares confirmó su parentesco con algunos de los humanos que hoy pisamos el planeta.

Sí, hubo sexo

Hace unos 80.000 años, en su camino de África a Eurasia, algunos de los llamados humanos modernos tuvieron encuentros sexuales esporádicos con los neandertales. Recientemente, el brasileño Amando Neves y el italiano Maurizio Serva realizaron cálculos estadísticos que cifraban el período entre esos escarceos con consecuencias en 77 generaciones, unos 150.000 años. A pesar de ello, parte de sus genes se han colado en un 4% de nuestro ADN, con la excepción de los africanos subsaharianos. El sentido de esa herencia intenta aclararse mediante estudios con humanos actuales, y ya se ha visto que, mientras algunas regiones del genoma no presentan ni rastro de ella, se concentra en otras, seguramente las que más tuvieron que ver con las adaptaciones al entorno por medio de la selección natural.

Entre cada contacto sexual con los humanos modernos podían transcurrir 150.000 años

Una de las incógnitas que aún deben despejarse en esta nueva perspectiva de los neandertales es su forma de comunicarse. Se han encontrado tanto restos fósiles como indicios genéticos de que tenían la capacidad de emitir sonidos similares a los nuestros. A este respecto, Antonio Rosas opina que “ya nadie diría que no hablaban, ahora la cuestión que debemos aclarar es saber qué tipo de gramática y de sintaxis utilizaban”. Un arduo desafío que, según el paleontólogo, tendrán que asumir anatomistas y lingüistas.

El modelo

El cráneo La Ferrasie 1 fue hallado en 1909 en el yacimiento francés del mismo nombre. Es uno de los más completos de un neandertal masculino, y ha servido de modelo para el busto que protagoniza la exposición Cambio de Imagen: una nueva visión de los neandertales en el Museo de la Evolución Humana de Burgos.

Las pruebas

Fósiles de aves con marcas de que se les habían arrancado las plumas. Se han hallado en gran cantidad de cuevas con asentamientos neardentales de lugares y épocas muy distintos.

Diseño de interiores

Los restos nos hablan de que distribuían las estancias de la cueva según un patrón que aprovechaba lo mejor de cada rincón, como hacer fuego al fondo de ella. Cada actividad tenía asignada una zona y esa distribución se repetía en ocupaciones sucesivas.

Trabajo del cuero

Fabricaban lissoirs para suavizar el cuero, y su técnica pudo ser adoptada por los humanos modernos en lo que parece ser la primera transferencia cultural.
Las herramientas de costilla de ciervo encontradas al sur de Francia son similares a las usadas actualmente.

¿Hablaban?

La forma y posición del hueso hioides, en la base de la lengua, indican que quizá podían hablar.

A mordiscos

Era muy frecuente que se sirvieran de los dientes como una tercera mano para realizar tareas.

© Smithsonian Institution

 

 

Su origen, en 17 cráneos

Los rasgos que caracterizan a los neandertales fueron apareciendo en lugares y épocas distintas. A esa conclusión llegó un reciente análisis de 17 cráneos fósiles de la sierra de Atapuerca. En ellos se mezclaban formas de esta especie, todas ellas en el rostro y zonas relacionadas con el acto de masticar, con otras formas propias de homínidos más antiguos. El cráneo, por ejemplo, no presentaba la protuberancia conocida como moño occipital. La pregunta que abre este descubrimiento es si en la Europa del Pleistoceno medio (hace unos 450.000 años) solo existió la especie que evolucionaría hacia los neandertales o también otros grupos humanos cuyo destino desconocemos de momento.

© Javier Trueba / Madrid Scientific Films

 

La herencia que llevamos

Desde 2010, tenemos la confirmación genética de que, hace unos 60.000 años, entre nuestros antepasados que vinieron de África y los neandertales que ya vivían en Eurasia se produjeron algunos contactos sexuales que han dejado su huella en un 4% de la población actual de ascendencia no africana. Los genes neandertales que han llegado hasta nosotros dan pistas acerca de la evolución humana. Muchos de ellos se concentran en las regiones relacionadas con la piel y el cabello, por lo que se sospecha que testimonian la adaptación de aquella especie al frío clima europeo. Otros están implicados en enfermedades como la diabetes, la enfermedad de Crohn y el lupus. Chris Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres, sospecha que en los neandertales esos genes tenían funciones no patológicas cuyo sentido se ha perdido en el genoma actual y al cambiar los estilos de vida. Por eso, a ellos no les enfermaban y a nosotros sí.

Corta infancia

Tania Smith y Jean Jaques Hublin estudiaron restos de niños neandertales y de humanos modernos. Comprobaron que los dientes de los primeros crecían más rápido y dedujeron que su infancia era más corta. Como en esa época se desarrollan muchas capacidades cognitivas, esa rapidez pudo suponer una desventaja para sobrevivir.