Nos hemos reunido con Juan Luis Arsuaga para que nos cuente cómo era el sexo de los humanos que vivieron en la Gran Dolina, en Atapuerca hace millón de años. Este relato reúne los datos aportados por el científico sobre la sexualidad de los primeros europeos, un pueblo que practicó el canibalismo

El día que perdieron la virginidad

Al penetrar a Oxun, Saboaba aún tenía las manos y la boca manchados de sangre. Antes de la puesta de sol, los hombres llegaron desde la Gran Dolina con el corazón bombeando como un tambor excitado.

Durante varias horas, en un festival caníbal, habían desgarrado con ayuda de afiladas piedras y sus propios dientes la carne de seis miembros de otra tribu. Entre ellos había dos niños.

Saboaba guardó un pedazo de carne fresca para entregárselo a Oxun, que le esperaba. Ella le dio a cambio algunos frutos recién recolectados. Saboaba era más corpulento que Oxun y, en su desnudez, ella buscaba el calor de aquel hombre robusto, de casi 1,80 m de estatura. Saboaba y Oxun copulaban tres y cuatro veces cada día, durante todo el año, y siempre lo hacían mirándose a los ojos.

En aquellos días, hace 800.000 años, el ambiente era húmedo y cálido en Atapuerca

Aquella noche, el placer del orgasmo elevó a las estrellas el grito de Oxun, y Saboaba se estremeció apretando con sus manos las deleitosas caderas de su compañera. Un olivo silvestre, en la ladera del río, fue el escenario de su amor durante cuatro años, el tiempo en que nació y creció su hijo. Después, Saboaba se marchó. En aquellos días, hace 800.000 años, el ambiente era húmedo y cálido en Atapuerca.

Pudo ocurrir allí o en cualquier otro lugar del pequeño mundo habitado por homínidos, pero lo cierto es que así era el sexo entre aquellos primeros humanos que poblaron Atapuerca.

Para descubrirlo nos reunimos con el antropólogo y coodirector del proyecto Atapuerca Juan Luis Arsuaga, con estas preguntas en el bloc de notas: ¿Tenían orgasmos los Homo heildebergensis? ¿Se besaban? ¿El Homo antecessor era fiel? ¿Cada cuánto tiempo hacían el amor? ¿Parían sin ayuda?

Hace medio millón de años ya se enamoraban
Arsuaga explica, para empezar y para nuestra sorpresa, que aquellos homínidos que poblaban la sierra burgalesa de Atapuerca se enamoraban.

La pista para llegar a esta romántica conclusión está en la propia biología humana. “Las hembras de nuestra especie”, explica Arsuaga, “son las únicas que no manifiestan señales específicas cuando están ovulando (ocultación del estro).

Las chimpancés son sexualmente receptivas (y tremendamente promiscuas) solo cuando son fértiles, algo que no ocurre en los humanos. Las hembras de los primeros homínidos tenían, como ahora, una disposición permanente al sexo. Si no fuera así, y nuestra sexualidad imitara la de los chimpancés, la hembra estaría receptiva solo un mes cada cuatro años, y el resto del tiempo lo dedicaría al embarazo y la lactancia hasta el destete (período durante el cual, cuando hay escasez de recursos y, por tanto, de aporte de energía, las mujeres no ovulan). ¿Qué pasaría si esto fuera así? Pues que no habría vida sexual durante cuatro años, algo que, desde luego, no favorecería la estabilidad de la pareja”.

Y bien, ¿qué tiene que ver todo esto con el amor?

La predisposición permanente al sexo de hombres y mujeres favorece la fidelidad, cuyo objetivo más importante biológicamente es la de la responsabilidad del cuidado de la cría. Cuatro años de relación monógama permitieron que el período de desarrollo de un niño se prolongara.

“Hay una colección única para estudiar todo esto, que es la Sima de los Huesos, en Atapuerca”, apunta Arsuaga. “Aquí ya vemos que  el tiempo de infancia era más largo que el de los chimpancés. Con lo cual, yo diría que las poblaciones de Homo heidelbergensis, de hace medio millón de años, tenían una biología social en dos niveles. Por un lado, un grupo formado por muchos machos y muchas hembras –se juntan y se separan, según estaciones y recursos–, y por otro lado, parejas estables, familias constituidas por una mujer, un hombre y los hijos pequeños o dependientes, descendientes del hombre que está con la mujer”.
Así pues, venimos de antepasados fieles, al menos hasta que las crías tenían edad de valerse por sí mismas.

La importancia de mirarse a los ojos durante el sexo
La imagen más recogida en películas que recrean la prehistoria situá a la hembra dándole la espalda al macho y mostrándole sus nalgas antes de la cópula. Sin embargo, en la narración que inicia este reportaje Oxun y Saboaba copulan mirándose a los ojos. No es que la postura desde atrás estuviera descartada en aquellos viejos tiempos, pero la que es propia de los nuestros es la “postura del misionero”. Solo humanos (y los excepcionales bonobos) copulan mirándose a los ojos. Así, en nuestro relato, Saboaba se tumbó sobre Oxun para penetrarla de frente. Esta postura sexual permite el beso, entre otras cosas, y se la debemos a la rareza humana de andar erguidos. La cópula cara a cara ya pudo practicarla Lucy hace 4 millones de años. Esta popular hembra de Australopithecus afarensis caminaba erguida, aunque no debía ser aún su postura más habitual.

La relación del andar bípedo con “El Misionero” está en la disposición de la pelvis y, por lo tanto, de la vagina, que ya en Lucy y sus contemporáneas se abría hacia adelante y permitía la penetración frontal.

Este modo de copular tiene de nuevo sus ventajas (mirarse a la cara refuerza vínculos, dicen los expertos); sin embargo, podría plantear un problema reproductivo que la evolución resolvió con verdadera sapiencia: el orgasmo.

El placer sirve para algo
José Enrique Campillo, médico y catedrático de Fisiología, recoge en su libro, La cadera de Eva (Ares y Mares), apuntes antropológicos sobre las razones para amarse así. “En las hembras de los Australopithecus”, afirma Campillo, “al incorporarse inmediatamente tras la cópula y comenzar a caminar, su vagina adoptaría una posición casi vertical. Por el simple efecto de la fuerza de la gravedad y el movimiento deambulatorio, el fluido seminal podría descender y se perdería en gran parte, lo que reduciría la probabilidad de fecundación».

Así, según Campillo: «el orgasmo de la hembra y la laxitud posterior, con una leve sensación de fatiga y cierta somnolencia, forzarían un breve reposo postcoital; solo de unos minutos, el tiempo necesario para permitir la progresión de los espermatozoides a lo largo de esa trama de no retorno que es el moco del cuello uterino”. Por lo tanto, Lucy, si es que en algún momento de su vida llegó a tener un encuentro sexual, pudo tener orgasmos.

La hipótesis de que hace cuatro millones de años hubo orgasmos plenos la apoyan otras evidencias biológicas. Para Arsuaga, por ejemplo, tiene mucho que ver con la anatomía del macho. “Los chimpancés tienen testículos muy grandes en comparación con los nuestros porque compiten a nivel espermático. Son muchos los machos que copulan con la misma hembra y necesitan un esperma abundante para garantizar que es el suyo el que fecunda el óvulo. En nuestra especie (y es algo más que confirma nuestra estructura de pareja) no hay necesidad de competición espermática, y de ahí los testículos razonablemente pequeños. Sin embargo, el pene humano es más grande que el de los chimpancés. ¿Por qué? Pues muy posiblemente para dar placer a la hembra”.

Hay tres detalles más en nuestra descripción del encuentro sexual de los dos Homo antecessor que tienen su fundamento científico. Uno, el intercambio de comida; el segundo, la cantidad de cópulas diarias; y por último, las opulentas caderas de Oxun.

Ella le debe esta “condena biológica” (sus amplias caderas) al zoólogo británico Desmond Morris (La mujer desnuda, Planeta). Morris señala que las caderas anchas son un indicador del éxito en el parto y, por tanto, este rasgo (favorecido por la selección sexual de la que ya habló  Darwin) hace más apetecibles a las mujeres de todos los tiempos.

Entre tres y cuatro veces diarias
Otro investigador, el antropólogo americano Marvin Harris, describía la sexualidad de los homínidos como una “táctica de fuego graneado”, es decir, abundante y sin planificación.

Las eyaculaciones nocturnas involuntarias podrían ser reminiscencias de un pasado con mucha más intensidad sexual

Harris apuntaba que, al igual que nuestros parientes chimpancés, los primeros homínidos debían copular entre tres y cuatro veces diarias, y destacaba que las eyaculaciones nocturnas involuntarias son reminiscencias de un pasado con mucha más intensidad sexual.

Harris también explicaba que el cortejo entre los primeros homínidos, es decir, el “ligoteo” antes de amancebarse con el Homo antecessor (por ejemplo), incluiría intercambio de comida, probablemente insectos y alimentos vegetales recolectados por las hembras a cambio de trozos de carne fruto de la actividad cinegética o carroñera de los machos (la carne y los frutos que se entregan Oxun y Saboaba).

Hay una pista más que llama la atención cuando un hombre y una mujer se desnudan. “Nos diferenciamos absolutamente en todo, desde los pies hasta la cabeza”, indica Juan Luis Arsuaga. “Puedes distinguir si estás con un macho o una hembra humanos incluso por el tono de la voz.”

¿Y para qué tanta diferencia? ¿Por qué para distinguir si una cebra es macho o hembra hace falta ser zoólogo (o cebra), mientras que en nuestra especie los rasgos diferenciadores recorren cada palmo de nuestro cuerpo? La hipótesis de Arsuaga tiene que ver, una vez más, con nuestro proceder monógamo. “Necesitamos el reconocimiento interindividual”, explica el antropólogo. “Tiene que ver con que identifiques a la pareja, a tu pareja, y que no te valga ni cualquier hembra ni cualquier macho”.

Para Arsuaga, esta extraordinaria sexualidad humana es la que al fin y al cabo ha hecho posible algo que de nuevo es único: El amor.

“El sexo no solo está al servicio de la reproducción: el sexo sirve para establecer vínculos entre personas. Estos vínculos permiten que tengamos una infancia prolongada (con madre y padre cooperando en el cuidado de las crías), y que nuestro cerebro se tome su tiempo para desarrollarse. Así ha sido posible la evolución de nuestra especie hacia la encefalización. Así ha sido como el sexo nos ha hecho inteligentes”.

A la luz de la luna

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Los Homo antecessor vivían en praderas abiertas de la sierra burgalesa de Atapuerca. Formaban grupos de 8 a 12 individuos y establecían parejas estables. La ilustración recrea el encuentro sexual entre los dos protagonistas de este artículo, los Homo antecessor Oxun y Saboaba. Saboaba tiene las manos y la boca manchadas de sangre porque regresa de un acto caníbal. Aquellos hombres no conocían el fuego, por lo que debían comer la carne cruda; ni vivían en cuevas, aunque las utilizasen para guarecerse y fabricar utensilios. Físicamente se parecían mucho a nosotros. Los hombres eran robustos y medían entre 1,70 y 1,80 m. Por entonces, según Juan Luis Arsuaga, las prácticas sexuales ya propiciaban el amor entre las parejas.

El niño de la Gran Dolina

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En el nivel T6 de la Gran Dolina se han encontrado huesos de dos niños, dos adolescentes (uno de ellos bautizado como El niño de la Gran Dolina, cuyo cráneo se muestra en la foto.) y dos adultos. Sus restos aparecieron troceados, con marcas de descarnado y golpes producidos con utensilios de piedra. La conclusión del estudio de estos fósiles humanos es que en aquel campamento se practicó un canibalismo que carecía de intención ritual. Es muy probable que un grupo de homínidos cazara y diera muerte a otro grupo, que luego devoraron en un acto de puro canibalismo gastronómico; y uno de ellos pudo ser Saboaba.

Parir sin dolor

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Necesitaban ayuda para parir o lo hacían a solas nuestras antepasadas? Nuestra forma bípeda de caminar estrecha las caderas y hace más difícil el parto. Entre los simios, la madre puede ayudar a nacer a su hijo, guiándole en el parto con las manos, limpiándole la nariz y la boca para que pueda respirar mejor y liberándolo del cordón umbilical si se enreda alrededor del cuello. En los primates es un hecho solitario, sin ayuda. Sin embargo, en nuestra especie la madre no puede ver la cara del neonato, porque este mira en dirección contraria, y cualquier intento de tirar de él podría, dada la posición de extrema flexión dorsal de la cabeza, ocasionarle daños en la médula espinal. Esto hace que en todas las culturas las mujeres busquen asistencia en el momento del parto.

En tiempos de los Australopithecus, los cráneos de los recién nacidos eran más pequeños, por lo que cabe suponer que el parto no era doloroso.

El parto de Lucy

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Pero ¿qué pasaba con Lucy? El hallazgo del esqueleto de esta Australopithecus afarensis, que vivió hace alrededor de 3,25 millones de años, resuelve algunas dudas. Juan Luis Arsuaga explica en su libro La especie elegida (Temas de Hoy) que: “La morfología del isquion y del pubis de Lucy me lleva a pensar  que la vagina se abría en las hembras de los australopitecos hacia adelante, y no hacia atrás, con lo que el parto tendría en ellos las características que tiene entre los humanos modernos, con rotación incluida del bebé y trayectoria curva”.
Por tanto, Lucy necesi­taba gente tanto para ayudar al niño a nacer como para cortar el cordón umbilical.

¿Monogamia o harén?

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Entre las cenizas fósiles del volcán de Laetoli, en Tanzania, se encontraron huellas de Australopithecus afarensis. Uno de los individuos grandes seguía al otro colocando los pies exactamente en las huellas del precedente (¿jugaban?). El tercero era más pequeño y caminaba siguiendo la marcha sinuosa, lo que indica que era llevado de la mano. Algunos científicos mantienen que las huellas son de una pareja heterosexual caminando junta: (esposa y esposo) con su hijo detrás y que, por tanto, en aquellos tiempos ya ha­bría que hablar de mo­nogamia. Otras hipótesis apuestan porque en nuestros orígenes la es­tructura era tipo harén (un macho con varias hembras). Se basan en que, por entonces, entre ma­chos y hembras había mucha diferencia de tamaño (poco a poco se fue reduciendo), algo típico de especies en las que el padre no ayuda al cuidado de las crías y que, por tanto, no son propensas a establecer parejas.

Juegos en familia

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La lava del volcán protegió las huellas de Laetoli durante millones de años, son huellas de homínidos de hace 3,5 millones de años. Ya eran bípedos. Pertenecen a dos individuos adultos y un niño. Posiblemente iban jugando.

El encuentro imposible

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Detalle de vulva grabada en roca en Le Blanchard (Francia).

Falos, vulvas y coitos

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Calco de escena de coito en la Cueva de Los Casares (La Riba de Saelices, Guadalajara).

Falos, vulvas y coitos

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Representaciónes fálicas en piedra del yacimiento francés del Abri Castanet (Sergeac).