El dibujante y guionista belga Georges Rémi, más conocido por el seudónimo artístico de Hergé, es un creador que pertenece a la misma estirpe que Julio Verne y H. G Wells. Fascinado por la aventura y los viajes, el padre y creador de Tintín fue también (igual que los autores antes citados) un firme seguidor del cientifismo, una corriente de pensamiento que surgió en Francia a mediados del siglo XIX y que propugnaba la creencia en las disciplinas empíricamente demostrables como único camino para explicar la realidad.

Ahora que se estrena la película basada en su célebre héroe, es el momento de repasar el contenido científico que está presente en muchas de sus aventuras. En sus historias demostró que la acción no estaba reñida con la seriedad y la verosimilitud. Aunque el esfuerzo por plasmar la realidad científica de una manera rigurosa no impidió que en algunos pasajes se colaran también pequeños errores. Pero, tal vez más que de fallos, habría que hablar de licencias creativas, ya que, no lo olvidemos, Tintín no es un manual de divulgación, sino un emocionante canto a la fantasía y a la aventura en estado puro.

Fascinado por las estrellas

Hergé se sintió cautivado por la astronomía desde que leyó en su adolescencia una novela de Julio Verne titulada La caza del meteoro. Ese libro fue sin duda una de las fuentes de inspiración para una de las primeras aventuras de Tintín: La estrella misteriosa (1942), en la que un asteroide amenaza con chocar contra la Tierra y provocar un cataclismo de proporciones apocalípticas. Finalmente, la colisión no se produce, pero, como en la novela de Verne, un fragmento del cuerpo estelar cae en el mar y causa la codicia de gobiernos y poderosas organizaciones que tratan de apoderarse de él.

Si Verne fue una de las fuentes de inspiración, la otra fue la propia realidad. En 1936, el astrónomo belga Eugène Delporte descubrió un nuevo asteroide perteneciente a la clase Apolo, que bautizó con el nombre de Adonis. El dibujante, que por aquella época alternaba su faceta de ilustrador con la de periodista, publicó varios reportajes sobre aquel tema. Y toda la información que recopiló para sus artículos la utilizó luego para dar forma a esta historia.

Pero no fue esa la última vez que Adonis apareció en el imaginario aventurero de Hergé. En Aterrizaje en la Luna (1953), el cohete en el que viajan nuestros protagonistas está a punto de colisionar con dicho asteroide. Pero en este caso el dibujante se estaba tomando una auténtica libertad narrativa, ya que Adonis jamás ha orbitado tan cerca de nuestro planeta.

Pese a ello, la Sociedad Belga de Astronomía, algunos de cuyos miembros fueron amigos personales del creador de Tintín, decidieron rendirle un homenaje póstumo en 1983, en agradecimiento a las largas horas que pasó en sus instalaciones y observatorios, documentándose para dibujar los telescopios. Por eso, sus compatriotas astrónomos decidieron bautizar con el nombre de Hergé a otro asteroide descubierto en 1953 por Silvain Arend, y que orbita entre Marte y Júpiter.

Un cañón de ultrasonidos

Desde prácticamente sus primeras aventuras, Hergé tuvo en mente la idea de introducir a un científico como un personaje secundario fijo en las historietas de Tintín. El egiptólogo Filemón Ciclón de Los cigarros del faraón y el físico Néstor Halambike de El cetro de Ottokar fueron algunos de esos intentos. Pero ninguno de esos personajes acabó de convencer totalmente al dibujante, quien finalmente vio su sueño hecho realidad con la creación del profesor Tornasol, que hizo su aparición en El tesoro de Rackham el Rojo.

Sordo y encerrado en su propio mundo, Tornasol encarna el prototipo del científico chiflado, excéntrico y distraído, pero con un grado de sabiduría que alcanza lo inverosímil. Y es que no hay área del conocimiento que se le escape al profesor, que destaca por su brillantez como físico e ingeniero.

Hay que señalar, eso sí, que sus inventos oscilaban entre los simplemente absurdo (la máquina para cepillar ropa y la cama-armario, que casi convierten en papilla a sus usuarios) y lo sencillamente genial. De hecho, Tornasol inventó incluso la televisión en color, aunque adolecía de una definición tan defectuosa que casi provocaba desprendimientos de retina en los televidentes.

Como ingeniero, el científico creado por la mente y el lápiz de Hergé construyó un submarino unipersonal diseñado con forma de tiburón, que el artista copió de un modelo auténtico que apareció en un reportaje publicado en National Geographic.

En El asunto Tornasol, el profesor es secuestrado por los esbirros de una dictadura centroeuropea, Borduria, para que construya un arma basada en ultrasonidos. Una vez más, la inspiración de Hergé se basaba en la realidad.

El artista supo por primera vez de la existencia de un cañón de ultrasonidos a través de la lectura del libro German research in World War II, escrito en 1946 por el coronel Leslie E. Simon, director de los laboratorios de investigación balística en el campo de pruebas de Aberdeen (EEUU) y miembro de una comisión científico-militar enviada a Alemania para evaluar los supuestos avances tecnológicos de los nazis.

El coronel Simon recogió en su libro la existencia de un diseño del profesor alemán Richard Wallauscheck. Consistía en un reflector parabólico de 3,2 metros de diámetro equipado con un corto tubo que era la cámara de combustión, o generador de sonido. No se hizo experimento fisiológico alguno, pero se estimó que las ondas sonoras que podía provocar serían lo suficientemente intensas como para matar a un hombre situado a menos de 300 m de la fuente emisora del ultrasonido. Para distancias superiores, el efecto, aunque no mortal, sería muy doloroso y pondría probablemente fuera de combate a cualquier persona durante un tiempo apreciable. La opinión general fue que el valor militar de tal dispositivo era demasiado limitado.

De cualquier forma, en El asunto Tornasol Hergé reprodujo fielmente la portada del libro de Simon, e incluso dibujó uno de los prototipos diseñados por los nazis. Eso sí, se tomó la libertad de hacer que el invento de Tornasol superara en capacidad destructiva al de los alemanes, ya que su cañón de ultrasonidos no solo era capaz de matar a las personas, sino que podía incluso reducir ciudades enteras a cenizas. El sueño de los sátrapas que dominaban Borduria. Conviene señalar que un  arma de tal potencia no se ha diseñado nunca en el mundo real.

Dieciséis años antes de Armstrong

Pero sin duda, la aventura científica por excelencia vivida por Tintín y sus amigos es el viaje a la Luna. Publicados en 1950 y 1953, Objetivo: la Luna y Aterrizaje en la Luna muestran a Tintín pisando la superficie de nuestro satélite dieciséis años antes de que lo hiciera Neil Armstrong. De hecho, los volúmenes se publicaron incluso antes del lanzamiento del satélite ruso Sputnik.

Desde el primer momento, Hergé quiso que su aventura lunar resultara lo más verosímil posible. Para ello, se documentó leyendo el libro La Astronáutica, escritor por el científico franco-ruso Alexander Ananoff, fundador de la Federación Astronómica Internacional. Llegó incluso a conocerle personalmente, a pedirle información adicional y a enviarle el guión y algunas páginas ilustradas para que le corrigiera los posibles errores que pudiera haber en la historia.

Hergé pasó, además, decenas de horas en la biblioteca del observatorio de Uccle, en las afueras de Bruselas, estudiando el mapa lunar diseñado por el abate Moreaux y otros documentos astronómicos relativos al satélite.

Para ambientar los ficticios laboratorios del Centro Espacial de Sbrodj, de los que parten los protagonistas de su aventura, se inspiró en los de Oak Ridge, en EEUU, donde se diseñó la bomba atómica. Pero su vocación por el realismo le llevó incluso a copiar los por entonces potentísimos computadores IBM-Univac, que funcionaban con fichas perforadas, para dibujar los que aparecen en el cómic, y además estudió las ilustraciones que Charley Bonestell realizó para el libro Trip to the Moon, que también sirvieron de inspiración a Stanley Kubrick en el rodaje de su mítica película 2001, una odisea del espacio.

Tras todo lo anterior, surge entonces la pregunta: ¿es el viaje a la Luna una obra científicamente rigurosa? Lo dejaremos en que es verosímil, y que encierra aciertos y errores a partes iguales. Para evaluarlo, hablamos con Claudio Sánchez, profesor de Física y autor de los libos La ciencia en el País de las Maravillas y Todo lo que sé de ciencia lo aprendí mirando Los Simpson.

El silencio lunar

El experto consultado nos comentó que en el balance de lo positivo destaca el pasaje en el que, mientras caminan por la Luna, Tintín y Haddock son sacudidos por un temblor, causado por un meteorito que había caído detrás de ellos. El capitán se sorprende por no haber oído nada, y Tintín le explica que no hay aire para que se propague el sonido. Igualmente correcta es la apreciación realizada por el protagonista al decir que las estrellas se ven mucho más numerosas y brillantes que desde la Tierra.

En cambio, en el lado negativo hay que señalar que, mientras la auténtica misión Apollo tardó cuatro días en llegar a la Luna, Tintín y sus amigos realizaban el viaje en unas horas. Tampoco anduvo muy atinado Hergé al retratar la vida en el interior del cohete sin los efectos de la ingravidez, que solo se manifiesta en algunas ocasiones y con propósitos cómicos.

Pero como ya hemos dicho, el viaje a la Luna de Tintín es una aventura creíble en la que Hergé, en un alarde de rigor, sacrificó incluso las posibilidades espectaculares y narrativas que la presencia de selenitas podrían haber supuesto.

El intenso trabajo que supuso crear estos dos volúmenes hizo merma en el ánimo creativo del dibujante. Cuando un periodista le preguntó en una entrevista si pensaba realizar otra aventura con un viaje a Marte, el artista respondió: “No volveré a dibujar nada relacionado con la ciencia ficción. Los viajes espaciales han perdido el interés para mí”.

De ovnis y péndulos

Pero como ya hemos señalado, Tintín es un personaje propio de un mundo de fantasía. Por eso, el interés científico de Hergé no impidió que en algunas ocasiones la seudociencia hiciera su aparición en sus aventuras. Un ejemplo de ello es la afición de Tornasol por la radiestesia, práctica que estaba muy en boga en la primera mitad del siglo XX. Y en Vuelo 714 para Sídney (1968), publicado en el momento en que el ufólogo Erich von Daniken gozaba de gran popularidad, los extraterrestres que había evitado mostrar en el viaje a la Luna hacían su aparición en esta aventura en la forma de un ovni que abducía a varios de los personajes. ¿Pero quién se lo podría reprochar? No hay que olvidar que las bases sobre las que se construyen las aventuras de Tintín, son las mismos con las que se tejen los sueños. Y en un universo así, todo es posible. Hasta los aliens.

Héroes de carne y hueso

Tintín y Milú cobran vida en la película que Peter Jackson ha realizado sobre el célebre cómic. Un filme en el que habrá aventuras, acción… y algo de ciencia.

El auténtico Tornasol

Para crear a su célebre personaje, Hergé se inspiró en un científico real, el físico e inventor suizo Auguste Piccard. Este profesor con vocación aventurera se hizo mundialmente famoso en 1931 al ascender a la estratosfera en el interior de una cápsula diseñada por él mismo y sujeta a un globo, con la que alcanzó una altitud de 15.971 m. Además de repetir este experimento en varias ocasiones y llegar a alcanzar alturas superiores, Piccard se hizo también célebre por presentar en 1937 un prototipo de batiscafo. Hergé conoció personalmente al científico, quien en varias ocasiones manifestó lo mucho que disfrutaba con las aventuras y ocurrencias de su álter ego.

El descubrimiento visionario

En el cómic, Tintín halla hielo bajo la superficie lunar. En 2010, la NASA confirmó la existencia de depósitos subterráneos de agua helada, que están señalados en esta foto.

La gravedad lunar

Es un sexto de la de la Tierra. Por eso, Tintín y Haddock, como los astronautas reales, avanzaban a grandes saltos.

La tele en color

Aunque los primeros modelos se remontan a 1928, la primera emisión oficial no se realizó hasta 1965. Dos años antes, en el volumen Las joyas de la Castafiore, Tornasol presentaba a sus amigos su propio modelo de tele en color. Un diseño bastante imperfecto, ya que su pésima calidad de imagen hacía que todos acabasen con los ojos enrojecidos.

Un motor inexistente

En la época en que se publicó esta aventura lunar, se creía que la energía nuclear sería la base de todos los adelantos científicos. Por eso, Hergé hizo que su cohete funcionase con un reactor atómico. Dicho motor nunca
llegó a fabricarse.

El rayo globular

Un fenómeno meteorológico relacionado con las tormentas eléctricas que Hergé reprodujo en Las 7 bolas de cristal.

Aventuras muy psicodélicas

La presencia de los llamados estados alterados de consciencia es una constante en las aventuras del intrépido reportero. En Los cigarros del faraón aparece la marihuana; el opio es el pretexto argumental en El loto azul, y en Vuelo 714 para Sídney algunos de los personajes llegan a experimentar en sus propias carnes los efectos del LSD. Tampoco podía faltar la hoja de coca, cuyas propiedades descubrió el capitán Haddock en la odisea andina de  El templo del Sol.

Un tintín de carne y hueso.

El héroe de Hergé está inspirado en un aventurero adolescente, Paul Hulle, quien en 1926 dio la vuelta al mundo y publicó sus aventuras en un libro.

Cohete con paternidad nazi

Para diseñar el ingenio espacial de Objetivo: la Luna, Hergé prácticamente copió la forma de las V2, las bombas volantes alemanas creadas en la II Guerra Mundial por Wernher von Braun. En la foto, lanzamiento de un cohete americano basado en la V2, el Bumper V-2.