Charles Darwin fue el primer científico occidental que demostró que las plantas con raíces tienen sensores de gravedad: plomadas que, eficazmente, les dan un sentido sobre lo que es arriba y abajo. Vuelca una maceta y verás que las raíces continúan creciendo hacia el centro de la Tierra. Cuando se crían en el espacio, las plantas echan raíces desorientadas que no consiguen el mejor acceso a los nutrientes y al agua. La escasa producción de almidón es uno de los muchos efectos adversos de esto. Algunas semillas sembradas en microgravedad incluso producen plantas en las cuales los genes se expresan de forma diferente de la normal.

Los animales sufren un montón de problemas si se les priva de gravedad… aunque todavía no sabemos la historia completa. “Durante medio siglo hemos llevado animales vivos al espacio, pero todavía tenemos que hacer que un mamífero experimente todo su ciclo vital allí”, dice el biólogo Richard Wassersug, de la Universidad Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia, Canadá.

Sabemos, eso sí, que puede haber problemas desde el principio. Experimentos en la estación espacial rusa Mir hallaron que salían menos codornices de lo normal de un número de huevos, y los polluelos que sí rompieron el cascarón fueron extraordinariamente propensos a sufrir anomalías. Después se llevó a cabo un experimento en la lanzadera espacial Discovery de Estados Unidos, financiado por la empresa de comida rápida KFC (Kentucky Fried Chicken), que investigó el desarrollo de embriones de codorniz. Ninguno de los 16 embriones llegó a romper el cascarón. En gravedad normal, la yema permanece cercana a la cáscara, pero en microgravedad flota en medio de la albúmina. Esto conlleva problemas en la transferencia de gas entre el embrión y el cascarón, que resultaron fatales para los embriones. Wassersug considera que estas dificultades podrían ser resueltas mediante una ingeniería adecuada, o llevando a los embriones al espacio en un estadio más avanzado.

Problemas incluso mayores surgen si los embriones sobreviven hasta ver la luz del día. Los polluelos que rompen el cascarón en microgravedad no tienen el suficiente equilibrio ni se orientan como para alimentarse. Los anfibios tienen problemas para respirar: su instinto es “subir” a tomar aire, pero no hay “arriba”. Los humanos tienen problemas respiratorios por una razón diferente. En el espacio, la capacidad pulmonar de los astronautas se reduce porque no hay gravedad que obligue al diafragma a bajar. Para empeorar las cosas, el hígado se emplaza más arriba en microgravedad, lo que reduce más el tamaño de los pulmones. Para un viaje corto, esto no supone un gran problema, pero ¿qué les pasaría a los bebés si nacieran en el espacio?

“No sabemos qué pasa si te desarrollas desde un bebé que gatea hasta un adulto con pulmones más pequeños”, dice Wassersug. “Hay muchas razones para creer que habría graves problemas que empezarían a manifestarse durante el crecimiento juvenil.” Las cosas más sencillas son las más elocuentes: por ejemplo, no podrías toser para despejarte los pulmones. Como se ve, estas complicaciones podrían llegar a ser graves y peligrosas.

Redacción QUO