Gemtasu, el jefe de los kukukuku de Nueva Guinea, ha ordenado que bajen la momia de su padre, Moymango, de la montaña en la que descansa eternamente. Su deseo es honrar su memoria restaurando sus restos, y luego pedirle consejo a su espíritu sobre el infortunio que acecha a su pueblo.

Espíritus que beben sangre
Desde tiempos inmemoriales, los kukukuku, también llamados angu, momificaban a sus muertos. Hasta que hace aproximadamente veinte años, el Gobierno de Papúa prohibió estas prácticas por razones higiénicas. Los nativos comenzaron a realizar entierros convencionales, y de sus nuevos ritos funerarios surgió la creencia de que el suelo estaba habitado por feroces espíritus que se alimentaban de la sangre de cadáveres sepultados.

Pero recientemente un terrible suceso alteró la vida de la aldea. La muerte inesperada de Gemina, la hija de nueve años de Gemtasu, fue interpretada como un maleficio de los espíritus que, según las creencias de los nativos, están reclamando más cadáveres para saciar su sed de sangre. Por eso, Gemtasu ha hecho traer los restos de su padre, que en vida fue un jefe juicioso, para pedirle consejo sobre cómo combatir la maldición.
Saber qué le dirá Moymango a su hijo sólo sería posible si compartiéramos las creencias animistas de los kukukuku. Por eso, deberemos conformarnos con conocer la técnica que los indígenas usaban para momificar a sus muertos. Se trataba de un ritual secreto y si hoy tenemos acceso a esa sabiduría tribal es gracias a Walter Eidam, un misionero protestante que en el año 1950 se fue a vivir con la tribu, donde se convirtió en el primer blanco que presenció sus ritos fúnebres.

Cadáveres ahumados
Según el testimonio de Eidam, el cuerpo del fallecido era llevado a la que fue su choza y colocado sobre una parrilla de madera. Allí se le ahumaba hasta que perdía todos los fluidos corporales. Este proceso podía durar de dos a tres meses, dependiendo del tamaño y el peso del fallecido.

Actualmente, algunos kukukuku acos­tumbran restaurar los res­tos de sus muertos. Lo hacen con una savia llamada kaumaka. La extienden sobre el cuerpo embalsamado y, con tizones al rojo, la funden para sellar las grietas, como si fuera pegamento. Luego aplican una resina antiséptica que elimina las bacterias. Se supone que los difuntos, agradecidos, protegerán a la aldea de enemigos como los que ahora les acechan: los temibles espíritus del suelo. ¿Quién ganará?

Así «arreglan» en Papúa a sus muertos

Redacción QUO