Ya lo decía Séneca: “El amor no se asusta de nada”. Ejemplos extremos hay muchos. El asesino en serie Ted Bundy recibió cientos de cartas de admiradoras mientras estaba en prisión, al igual que Jeffrey Dahmer o Richard Ramirez…de hecho este último se caso con una de ellas. Otro botón en esta muestra es el archiconocido caso de Charles Manson por quien numerosas mujeres y también hombres, suspiraron.

El último caso es el del violador y asesino Guillermo Fernández Bueno, quien se escapó durante un permiso carcelario y huyó junto a su pareja, una educadora social a quien conoció en prisión. Fernández Bueno fue detenido en Senegal ayer.

Enamorarse de un criminal no es tan extraño como puede parecer, de hecho es una parafilia con nombre: hibristofilia.La psicóloga forense Katherine Ramsland señala en un artículo que detrás de enamorarse de un criminal puede haber motivaciones como la redención, la compasión y hasta la notoriedad.

¿Cómo comienza la relación? No solo puede establecerse primero un vinculo profesional o de admiración. Para Paz Velasco de la Fuente, abogada y autora del reciente libro Criminal-Mente, hay más opciones: “muchas mujeres les envían cartas de apoyo, de comprensión, de ánimo o incluso de amor, así como correos electrónicos o fotografías personales. Algunas han llegado a casarse con estos asesinos en prisión. Otras conocen a estos sujetos al visitar a otro preso o a través del contacto directo y personal que tienen con ellos por motivos profesionales: abogadas, asistentes sociales, voluntarias que acuden a la prisión para ofrecer al convicto un poco de paz, o activistas que trabajan haciendo campaña contra la pena de muerte”.

Uno de los mayores expertos en hibristofilia es Philippe Bensimon, doctor en criminología y profesor de la Universidad de Montreal. En un estudio, publicado en Déliquance, justice et autres questions de société, Bensimon señala que la hibristofilia afecta a casi el 4% de los trabajadores de prisiones, desde los guardias, hasta el personal de enfermería, educación, trabajo social y psicología.

“Es un tema tabú – afirma Bensimon en un comunicado –, pero todas las instituciones penales, sin excepción, se ven afectadas por este fenómeno y los administradores penitenciarios intentan negar su existencia: ni siquiera hablan de ello en la capacitación del personal”.

Como prueba, Bensimon identificó más de 300 casos, solo en los medios de comunicación, entre 2005 y 2015. “Todos fueron duramente castigados con el despido permanente del servicio público y a menudo por sus colegas de profesión. Para una población que se enfrenta a la soledad más allá de las palabras, inevitablemente se crean vínculos. Entre un centenar si no mil reclusos, siempre habrá uno que se destaque entre los demás».

Este fenómeno es más frecuente en mujeres que en hombres. Para Bensimon hay una explicación razonable. “Esto posiblemente tiene que ver con el hecho de que, en prisión, las mujeres ocupan puestos principalmente profesionales. Por ejemplo, en Canadá, muchas instituciones correccionales para hombres están formadas principalmente por mujeres médicas. Para los reclusos que idealizan a las mujeres, es un regalo poder abrirse a la enfermera o psicóloga con quien están teniendo discusiones profundas, lo que puede crear áreas de riesgo. Y, como profesionales, hay momentos en que estas mujeres son más vulnerables y más propensas a ser atraídas por una persona encarcelada. Sentir atracción por un recluso no es una transgresión ética en sí misma, pero responder rápida y apropiadamente para controlarla, sí es la responsabilidad ética y profesional de todos los trabajadores de prisión. Hay que estar atento y no tener miedo de hablar de ello como equipo para romper el aislamiento”.

Juan Scaliter