Los desiertos cubrirían América del Norte, las dunas de arena reemplazarían a las enormes extensiones de la selva amazónica en América del Sur, y paisajes verdes y exuberantes florecerían desde África central hasta el Medio Oriente. Estos son los resultados que se extraen de una reciente simulación por ordenador presentada a principios de abril en la Asamblea General Anual de la Unión Europea de Geociencias 2018, en Austria.

Dicha simulación no sólo mostraba cómo desaparecieron los desiertos de algunos continentes y aparecieron en otros, sino que también revelaba cómo los inviernos helados plagaban Europa occidental.

Las cianobacterias (un grupo de bacterias que producen oxígeno a través de la fotosíntesis) florecieron donde nunca antes lo habían hecho. Y la Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico (AMOC), una importante corriente oceánica reguladora del clima en el Atlántico, se desvaneció y resurgió en el Océano Pacífico septentrional, tal y como informaron los científicos encargados de dicha simulación.

Durante la órbita anual de la Tierra alrededor del sol, nuestro planeta completa una rotación completa en su eje (que va del Polo Norte al Polo Sur) cada 24 horas, girando a una velocidad de aproximadamente 1.040 mph (1.670 km/h), según lo medido en el ecuador. Su dirección de rotación es progresiva, o de oeste a este, que aparece en sentido contrario a las agujas del reloj cuando se observa desde arriba del Polo Norte, y es común a todos los planetas de nuestro sistema solar, excepto a Venus y Urano, según informa la NASA.

A medida que la Tierra gira, el empuje y la atracción de su fuerza da forma a las corrientes oceánicas que, junto con los flujos de viento atmosférico, producen una serie de patrones climáticos en todo el mundo. Estos patrones son los que, por ejemplo, llevan lluvias abundantes a las selvas húmedas.

Volverse retro…

Para estudiar cómo el sistema climático de la Tierra se ve afectado por su rotación, los científicos modelaron recientemente una versión digital del planeta girando en la dirección opuesta (es decir, en el sentido de las agujas del reloj cuando se ve desde arriba del Polo Norte), una dirección conocida como retrógrada, tal y como aseguraba recientemente Florian Ziemen, co-creador de la simulación e investigador del Instituto Max Planck de Meteorología en Alemania.

«Invertir la rotación de la Tierra preserva todas las características principales de la topografía, como los tamaños, las formas y las posiciones de los continentes y los océanos, a la vez que crea un conjunto completamente diferente de condiciones para las interacciones entre la circulación y la topografía», aclara Ziemen.

Esta nueva rotación preparó el escenario para que las corrientes oceánicas y los vientos interactuaran con los continentes de diferentes maneras, generando condiciones climáticas completamente nuevas en todo el mundo, tal y informaron los investigadores en un resumen del proyecto.

Ciclo de rotación

Para simular lo que sucedería si la Tierra girara al revés (en modo retrógrado en lugar de progrado), utilizaron el Modelo del Sistema Tierra del Instituto Max Planck, que permite cambiar la relación de la Tierra con el sol y revertir el efecto Coriolis (una fuerza invisible que empuja contra los objetos que viajan sobre la superficie de un planeta en rotación).

Una vez que esas alteraciones estaban corregidas y el modelo mostraba a la Tierra girando en la dirección opuesta, los investigadores observaron los cambios que surgieron en el sistema climático a lo largo de varios miles de años, a medida que la retroalimentación entre la rotación, la atmósfera y el océano empezaba a provocar cambios en el planeta, los científicos comenzaron a escribir en una descripción de todo el trabajo, que actualmente preparan para su publicación.

En general, los investigadores encontraron que una Tierra que giraba hacia atrás, era una Tierra más verde. La cobertura mundial del desierto se redujo de unos 42 millones de kilómetros cuadrados a unos 31 millones de kilómetros cuadrados. Los pastos germinaron en más de la mitad de las antiguas zonas desérticas, y surgieron plantas leñosas para cubrir la otra mitad. Y la vegetación de este mundo almacenaba más carbono que nuestra Tierra.

Sin embargo, los desiertos surgieron donde nunca antes lo habían hecho: en el sudeste de Estados Unidos, en el sur de Brasil y Argentina, y en el norte de China, tal y como recoge el estudio.

Gira, gira, gira

El cambio en la rotación también invirtió los patrones globales de viento, trayendo nuevas temperatura a los subtrópicos y las latitudes medias. Las zonas occidentales de los continentes se enfriaron a medida que se calentaban las fronteras orientales, y los inviernos se volvieron notablemente más fríos en el noroeste de Europa. Las corrientes oceánicas también cambiaron de dirección, calentando los límites orientales de los mares y enfriando los occidentales.

En la simulación, el AMOC (la corriente oceánica responsable del transporte de calor alrededor del globo) desapareció del Océano Atlántico, pero una corriente similar (y ligeramente más fuerte) surgió en el Pacífico, llevando calor al este de Rusia. Esto fue algo inusual, ya que un estudio previo que modelaba una Tierra que giraba al revés no vió este cambio, tal y como aseguró Ziemen al portal digital Live Science. «Pero como el AMOC es el resultado de muchas interacciones complejas en el sistema climático, puede haber muchas razones para esta diferencia», aclaró.

Las corrientes marinas alteradas en el Océano Índico también permitieron que las cianobacterias dominaran la región, algo que nunca han conseguido lograr mientras la Tierra gira en su dirección actual, descubrieron los investigadores.

Pero para Ziemen, el enverdecimiento del Sáhara fue el cambio más intrigante del reciente estudio: «Ver el Sahara verde en nuestro modelo me hizo pensar en las razones por las que tenemos un desierto en el Sahara, y por qué no hay ninguno en el mundo retrógrado», dijo Ziemen. «Es este pensamiento sobre las preguntas más básicas lo que me fascina del proyecto”, concluye.

Fuente: Live Science

Belén Robles González