El piloto de globos André Jacques Garnerin, en 1797, mucho antes de que uno pudiera subirse a un avión. Garnerin saltó desde una altura de cientos de metros y vivió para contarlo, pese a que tampoco existían los paracaídas. Su primer salto no fue una tragedia porque llevaba una suerte de paraguas que ralentizaba la caída, un invento que perfeccionó en los años siguientes, en los que se hizo célebre con sus exhibiciones.

Redacción QUO