Tina Gibson es una mujer de Tennessee que acaba de dar a luz a una niña nacida de un embrión que fue congelado en 1992, exactamente el mismo año en que nació ella. La pequeña, a la que le han puesto el nombre de Emma, peso casi tres kilos y mide algo más de cincuenta centímetros de altura. Su caso se ha convertido ya en el del embrión más longevo que acaba culminando con éxito en un embarazo.

El embrión fue transferido al útero de la madre en las instalaciones del National Embryo Donation Center, una organización con un marcado carácter religioso. De hecho, solo donan embriones a parejas que lleven al menos tres años casadas. Respecto a los donantes, se sabe que son otra pareja que cedió cuatro embriones para que fueran congelados.

Anteriormente al caso de la pequeña Emma, el récord de tiempo transcurrido entre el momento de congelar el embrión y el de dar a luz, lo tenía una mujer neoyorquina que dio a luz en 2011 a un niño de uno congelado hace 20 años. En Estados Unidos a estos bebés los llaman snowbabies, niños de nieve, un nombre que es una metáfora del proceso tecnológico al que tienen que someterse antes de venir al mundo.

Pero, ¿cómo se conservan estos embriones durante tanto tiempo? Para criopreservarlos es necesario someterlos a temperaturas muy bajas para sí detener la actividad biológica, pero manteniendo a la vez intacta su fisiología. Para ello, se utiliza nitrógeno líquido que alcanza los -196 grados centígrados. Sin embargo, durante la congelación se pueden formar cristales de hielo que pueden dañar las células. Para evitarlo y preservar las muestras, se utilizan crioprotectores, que son sustancias que actúan de un modo similar a un anticongelante. Con este método los embriones pueden , en teoría, preservarse de manera indefinida.

Vicente Fernández López