¿Qué pasa en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo para que nos enganchemos a algo, para que compulsivamente queramos consumir más y más? ¿Por qué nos cuesta tanto abandonar una adicción? Puede parecer que la búsqueda del placer está detrás del consumo de sustancias adictivas. Sin embargo, está sensación desaparece al poco tiempo de iniciarse un hábito. Quien ha fumado lo sabe. Los cigarrillos se suceden de forma automática, a veces, incluso, provocando malestar estomacal u otros síntomas que nada tienen que ver con la euforia o el bienestar.

El cerebro interpreta que un hábito es la habilidad que tenemos para desarrollar una tarea repetitiva eficazmente. Sin embargo, eso no explica las adicciones: nadie entra en un bucle repetitivo de cepillarse el pelo continuamente aunque lo haga a la perfección todos los días.

También tienen los pies de barro los argumentos que se apoyan en la dolorosa dificultad de la desintoxicación. Convulsiones, sudores, escalofríos, taquicardia y demás síntomas desaparecen en la mayoría de los casos, incluidos los opiáceos, en apenas quince días. Sin embargo, el deseo permanece. Ahí está la clave de una investigación realizada por Mike Robinson, de la Universidad de Wesleyan y publicada en The Conversation.
Durante años se ha creído que las drogas, al igual que la comida y el sexo, liberaban dopamina en el núcleo accumbens, una región del cerebro vinculado con los sistemas de recompensa. Y efectivamente, producen dopamina, un neurotransmisor que incide en el aumento de la frecuencia y presión cardíaca, regula el sueño, la atención y la actividad motora y es vital en la regulación del humor, entre otras. Pero los centros de placer no están regulados por la dopamina. ¿Entonces?

Los científicos diferencian entre “placer” y “deseo”. El primer caso hace referencia a la sensación que se produce cuando degustamos un alimento que nos gusta. El deseo, sin embargo, está relacionado con la ansiedad que se genera cuándo vemos sobre la mesa ese alimento.

Cuando consumimos drogas se libera, efectivamente, dopamina y aunque los científicos sostienen que no está relacionada con los centros de placer, sí lo está con los del deseo.

La investigación llevada a cabo por Mike Robinson reveló que activando una pequeña región de la amígdala cerebral en un grupo de ratas de laboratorio se incrementaba las probabilidades de comportamientos adictivos. El sistema, además, actúa provocando una reacción en cadena, de forma que cuanto más se consume más se activa la sensación de deseo.

Ahora, el reto está en evitar que se produzca esa hiperreacción, en lograr que los individuos logren recuperar su equilibrio sin ser víctimas de su propio cerebro ni de las drogas.

Redacción QUO