Habitualmente son las aproximaciones originales hacia un problema las que producen las soluciones más innovadoras. Y una de ellas llega de la mano de Mark Martindale. Este biólogo marino decidió rastrear el origen evolutivo de las células musculares, como las del corazón, en un lugar poco habitual: los genes de animales sin corazones ni músculos.
En un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, un equipo liderado por Martindale descubrió los mismos genes que componen las células de corazones en seres humanos y otros animales, pero en el intestino de una anémona de mar (Nematostella vectensis), un animal que no tiene músculos ni corazón. Lo que sí tiene la anémona es la capacidad de regeneración, no importa en cuántos trozos la cortemos, cada uno se regenerará en un nuevo animal.

Sí, la pregunta es lógico: ¿por qué la anémona se regeneran y los humanos no? Al analizar la función de sus «genes cardíacos», Martindale descubrió una diferencia en la forma en que estos genes interactúan entre sí. Estos genes cardíacos generan lo que los ingenieros llaman lazos de bloqueo en vertebrados y moscas: una vez que los genes están activos se comunican entre sí para permanecer en ese sitio toda su vida. Básicamente esto quiere decir que sin este bloqueo existiría regeneración ya que en los embriones de anémona de mar, los lazos de cierre no existen.
Los hallazgos del estudio señalan el potencial para ajustar la comunicación entre los genes humanos y avanzar en nuestra capacidad para tratar las condiciones del corazón y estimular la recuperación de la cicatrización.
«Nuestro estudio – concluye Martindale en un comunicado – muestra que si aprendemos más sobre la lógica de cómo los genes que dan lugar a las células del corazón hablar entre sí, la regeneración muscular en los seres humanos podría ser posible”.

Juan Scaliter