Todo comenzó unos cinco años atrás cuando uno de los más famosos científicos neozelandeses, Sir Paul Callaghan,pronunció un discurso cuyo punto álgido fue una pregunta: “Cuando se trata de patrimonio, Inglaterra tiene su Stonehenge, China su Gran Muralla, Francia sus pinturas rupestres de Lascaux. ¿Qué hace que Nueva Zelanda sea única ? Sus aves”.
Cuando Nueva Zelanda se separó del supercontinente Gondwana hace 85 millones de años, los mamíferos depredadores no habían evolucionado. Eso permitió que las aves proliferaran. Algunas, de hecho, evolucionaronhasta no necesitar sus alas para volar y alimentarse de lo que hallaban en el suelo. Entonces llegaron los humanos, trayendo consigo depredadores. Ratas escondidas en los barcos, zarigüeyas para el comercio de pieles y comadrejas para controlar a los conejos. Las plagas destruyeron hábitats forestales y se dieron un festín con las aves y sus huevos. Más de 40 especies de aves se extinguieron en pocos siglos y muchas están amenazadas, incluidas el icónico kiwi.

Ahora los locales quieren volver atrás el reloj. El propósito es liberar al país de estas plagas en 2050. Pero ¿es posible? Los científicos ya han comenzado a trazar un plan, como si de una estrategia militar se tratara: ahogar las plagas de las penínsulas y luego avanzar las líneas de frente desde allí con diferentes trampas y hasta armas genéticas.
La idea es dar una segunda oportunidad a las aves que alguna vez dominaron esta nación y es un plan tan consensuado que el primer ministro John Key anunció un objetivo para eliminar los animales molestos para 2050, llamándolo «el proyecto de conservación más ambicioso que se haya intentado en cualquier parte del mundo».

Obviamente el obstáculo es enorme. Estamos hablando de un país con una orografía compleja, cinco millones de habitantes y unos 48 millones de zarigüeyas, según un estudio de 2009.
Hasta ahora el gobierno ha destinado 20 millones de euros, pero se espera que las autoridades locales también inviertan e esta iniciativa, al igual que organizaciones filantrópicas.
Un ejemplo es la empresa local Goodnature, que ha desarrollado trampas específicas para cumplir el objetivo, como una que utilizan dióxido de carbono presurizado. También estudian utilizar drones para ayudar a colocar trampas.

Juan Scaliter