Que levante la mano aquel que nunca haya vivido esta situación: a los excesos etílicos, les acompañan un deseo ingente de comida, pero no de ensalada, sino de la hipercalórica. El hecho es contraintuitivo: el alcohol tiene muchas calorías (una cerveza apenas 50 kcal, pero un ron con miel llega a las 440 y si se mezclan con bebidas azucaradas, más aún) y cuando consumimos calorías, nuestro cuerpo libera químicos que anulan la sensación de hambre. Pero en este caso ocurre lo contrario.
Para intentar comprender esto, un equipo del Instituto Francis Crick de Londres, liderado por Denis Burdakov, sometió a un grupo de ratones a tres días de dieta alcohólica. Y luego les dio la comida de siempre. Los resultados, publicados en Nature Communications, mostraron que los ratones comieron bastante más que aquellos que se mantuvieron sobrios. Los expertos pensaron que las bebidas espirituosas podrían activar algunos circuitos del cerebro, específicamente la proteína r-agouti (abreviada a AgRP por su nombre en inglés) que actúa estimulando el apetito.
Para probar esta hipótesis, bloquearon este neuropéptido, lo que hizo que los ratones pasados de bebida, dejaran de comer.
Debido a que el estudio se ha centrado en roedores, todavía es necesario realizar pruebas en humanos para ver si los motivos son similares.

Juan Scaliter