Todo lo que consumimos, sea tecnología, a través de un smartphone, o muebles y comida, todo ellotiene costes que van mucho más allá de su precio de compra. ¿Y si la soja usada para hacer el tofu de la cena se cultivó en campos que antes ocupaban selvas tropicales? ¿O si esa camiseta que tan económica provenía de un área industrial que antes ocupaba un hábitat de alto valor ecológico en Malasia?

A menos que compremos productos de origen sostenible, puede ser difícil saber hasta qué punto las compras de los consumidores afectan a la biodiversidad. Daniel Moran, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología y Keiichiro Kanemoto, de la Universidad de Shinshu, en Japón, han desarrollado una técnica que les permite identificar las amenazas a la vida silvestre causadas por las cadenas de suministro global. Con esta información han creado una serie de mapas del planeta que muestran las amenazas por cada país. El estudio ha sido publicado en la versión online de Nature Ecology & Evolution.

Los investigadores calcularon el porcentaje de amenaza a una especie en un país debido al consumo de bienes en otro, concentrándose en 6.803 especies de animales marinos y terrestres vulnerables, en peligro de extinción o en estado crítico, según la definición de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza UICN) y BirdLife International.

En Estados Unidos, los investigadores descubrieron que el consumo causó amenazas a especies terrestres en el sudeste asiático y en Madagascar, pero también en el sur de Europa, el Sahel, las costas este y oeste de México, Centroamérica y Asia Central y en el sur de Canadá. Quizás una de las mayores sorpresas fue que el consumo estadounidense también causó amenazas de especies en el sur de España y Portugal.

De acuerdo con los autores del estudio, visualizar la conexión entre el consumo y los impactos ambientales, ofrece una oportunidad importante para que los gobiernos, las empresas y las personas obtengan una opinión informada de estos impactos para que puedan encontrar formas de contrarrestarlos.

“La verdadera innovación de este trabajo es conectar las observaciones de los problemas ambientales a la actividad económica – explica Moran –. Las compañías podrían usar estos mapas para averiguar dónde están sus núcleos de impacto ambiental y hacer cambios.
Una vez que se conoce el impacto ambiental, muchas personas a lo largo de la cadena de suministro, pueden participar en la mejora”. Un ejemplo de esto es que las agencias reguladoras en Estados Unidos sólo pueden controlar a los productores cuyos productos causan pérdidas de biodiversidad y deforestación en Indonesia.

Juan Scaliter