Una burbuja de aire, atrapada bajo en hielo milenario de la Antártida, es un testigo protegido para la ciencia; esta humilde chispa de atmósfera terrestre guarda un recuerdo preciso de cómo fue su planeta, el nuestro, cientos de miles de años atrás. Los investigadores que sepan interrogarla hallarán interesantes respuestas, como las que un grupo de la Universidad de Princeton ha recabado tras analizar un registro formado con 30 años de datos.

Según su estudio, publicado en la revista Science el viernes, los niveles de oxígeno han descendido el 0,7 por ciento en los últimos 800.000 años, un poco más de prisa en los últimos 100 años por haber quemado demasiado combustible fósil. Los autores no han desvelado el mecanismo concreto que explica que cada vez nos quede menos volumen de este elemento, pero tiene dos hipótesis que darían cuenta del fenómeno.

La primera tiene que ver con la erosión del suelo. “La tasa global de erosión puede haber aumentado desde hace decenas de miles de años”, ha explicado el autor principal, Daniel Stolper, en la página web de la Universidad de Princeton. Podría haber sucedido gracias a la mayor abundancia de glaciares que rascan la superficie rocosa, sacando al a superficie un mayor volumen de pirita y de carbón orgánico que habrían quedado expuestos a la atmósfera. Estudios previos han demostrado que tanto la pirita como el carbón orgánico reaccionan con el oxígeno del ambiente, de manera que pasa a formar parte de nuevos compuestos y desaparece de la atmósfera.

La segunda hipótesis es que, cuando los océanos se enfrían -y eso es lo que ha sucedido durante los últimos 15 millones de años- el oxígeno se diluye en su aguas más fácilmente. “Los océanos pueden almacenar más oxígeno a temperaturas más bajas para una concentración de oxígeno dada en la atmósfera”, ha detallado Stolper. El oxígeno habría pasado a ser alimento para los microorganismos que se alimentan de él, que se habrían comido parte de la atmósfera.

En cualquier caso, las cifras de disminución de oxígeno que manejan los científicos no son un peligro para la vida en la Tierra. Sí son un nuevo capítulo en una de las migraciones más apasionantes que han tenido lugar en el planeta, la del oxígeno. Este elemento ha desaparecido paulatinamente desde los albores de la historia de la Tierra. Y no ha sido algo malo.

Demasiado oxígeno y nuestra vida se acaba, se corroe como el esqueleto de un buque hundido. En su justa medida, la vida florece y aparecen humanos capaces de disfrutar al máximo de ella; de hecho, la Tierra no sería habitable para nosotros si no fuera porque el exceso de oxígeno de su atmósfera desapareció cuando el planeta no era más que una roca inhóspita.

“Comprender la historia del oxígeno en la atmósfera de la Tierra establece conexiones íntimas con la comprensión de la evolución del a vida compleja. Es una de las preguntas grandes, fundamentales, de las ciencias de la Tierra”, ha reflexionado el coautor del estudio, John Higgins. Pero además, “el registro del oxígeno también habla de una variación de la cantidad de dióxido de carbono [que se creó cuando el oxígeno desapareció] que entra en la atmósfera y en los océanos”, ha añadido.

El planeta tiene varios procesos para controlar los niveles de dióxido de carbono. En concreto, el científico y sus compañeros se han centrado en un proceso en el que el dióxido de carbono reacciona con los minerales que están expuestos al aire y, eventualmente, produce carbonato de calcio -en la jerga, el proceso se conoce como meteorización química del silicato-. Este mineral luego se encarga de atrapar el dióxido de carbono y fijarlo en estado sólido. La Tierra necesita cientos de miles de años para hacer esto, pero ya no dispone de tanto tiempo.

“La especie humana está emitiendo dióxido de carbono tan deprisa que la meteorización química del silicato no puede responder tan deprisa”, ha retomado Higgins. “La Tierra tiene un proceso largo que la especie humana ha cortocircuitado”, ha advertido. Quizá los resultados de este cortocircuito nos hagan sufrir. En el mejor de los casos, puede que la verdad sobre el caso del aumento de dióxido de carbono no salga a la luz hasta que los investigadores del futuro analicen los procesos de gotas de atmósfera recluidas bajo el hielo durante mucho, mucho más tiempo.

Andrés Masa Negreira