Los relatos aseguran que la penicilina, los rayos X, la radiactividad, la insulina y hasta el marcapasos fueron descubiertos o concebidos con una gran dosis de suerte. Sea verdad en todos los casos o no, la buena fortuna puede jugar un papel importante en los laboratorios. Y eso es precisamente lo que sucedió en la Universidad de Stanford. Allí, un miembro del equipo de ingeniería química de la profesora Zhenan Bao, estaba realizando unas pruebas de elasticidad a un nuevo polímero que había sintetizado y se encontró con que la máquina de sujeción que realiza estos tests no lograba vencer al material: una muestra de poco más de 2 centímetros, se estiraba un metro y aún quedaba margen para más.Cheng-Hui Li, responsable del hallazgo, le pidió ayuda a un compañero de laboratorio y entre ambos consiguieron que este material sobrepasara los dos metros.
Pero allí no se acaban las sorpresas para el equipo de Stanford. Este polímero, un tipo de plástico conocido como elastómero por sus evidentes cualidades, también es capaz de autorepararse y recuperar su forma a temperatura ambiente, aún si esta es de -20ºC.
El material lleva en “sus entrañas” iones metálicos y moléculas orgánicas. La proporción de ambas es lo que hace que se estire más o menos, que se autorepare (aún 4 días después de resultar dañada) y que pueda recuperar su forma a temperaturas muy bajas. De hecho, si el material se corta, basta poner los extremos en contacto para que se unan y mantengan el 90% de su elasticidad.
Debido a que se contrae y estira mediante un campo eléctrico, se trata de un avance de mucha importancia en el desarrollo de músculos artificiales, ya sea para robots como para injertos en humanos. El estudio se ha publicado en Nature Chemistry.

Juan Scaliter