Vivir junto a una estrella no es nada fácil, pero vivir lejos, en la negrura, es aún más penoso. Inés Rodríguez Hidalgo, astrofísica en la Universidad de La Laguna, explica que el Sol: “Es realmente la estrella de nuestra vida; sin su calor, la Tierra sería un témpano helado a -180ºC, y sin su luz estaríamos a oscuras. ¡Ni si­quiera veríamos la Luna!”
Y para no oscilar entre sus iras y su ausencia terrible, lo mejor es conocerla. El 2 de diciembre de 1995 subió al espacio la misión SOHO (Observatorio Solar y Heliosférico), un proyecto conjunto de NASA y ESA que marcó el comienzo del análisis sistemático de nuestra estrella. SOHO sigue funcionando trece años después, pero ya no está solo. Lo acompaña STEREO, una misión de la NASA lanzada en octubre de 2006 cuyo objetivo es observar el Sol en 3D y analizar la estructura de las eyecciones coronales. Sus imágenes están ayudando a comprender la compleja interacción de los campos magnéticos y la convección solar. También Hinode (amanecer), una sonda japonesa-estadounidense, cuyos datos están permitiendo entender los fenómenos magnetohidrodinámicos que son la base de esa actividad del Sol. La ESA lanzó en 2000 la misión Cluster, para observar en tiempo real la forma de las capas de nuestra magnetosfera y, junto con China, las dos sondas denominadas “Estrella Doble”, TC1 y TC2, que han controlado también el comportamiento de la envoltura magnética de la Tierra.
Todo, para saber qué se cuece fuera y dentro de esa bola hirviente a la que debemos la vida, aunque a veces nos lo haga pagar.

Redacción QUO