Cuando yo empecé en la formación estelar solo se habían estudiado dos regiones en detalle: una en Taurus y otra en Orión. La primera parece formar únicamente estrellas de poca masa, mientras que las que se forman en Orión son más masivas. En Perseo hay una tercera región de formación estelar que nunca se había estudiado antes y que parecía tener condiciones in­termedias entre Taurus y Orión.
Al principio yo tenía la impresión de que estudiaba una región anodina, pero según fui explorando Perseo, resultó igual o más interesante que las anteriores, y hoy día (en gran medida gracias a las observaciones que hemos venido haciendo durante muchos años) se ha convertido en una zona igual de prototípica que las dos primeras. Allí encontramos un nido de estrellas. La extensión de Perseo es de 50 años luz, y es mi “imperio” particular. Quizá gracias a haber obtenido ese nivel de detalle, pude localizar algunas protoestrellas. Bautizamos a la primera que encontramos como L1448-MM, un buen ejemplo de lo que fue nuestro Sol cuando solo era un bebé. Lo que todos buscábamos entonces eran movimientos de colapso, pero, paradójicamente, encontramos precisamente lo contrario, movimientos de expansión: grandes eyecciones de materia en forma de chorros bipolares muy energéticos, a lo largo de los dos polos, a velocidades supersónicas.
Evidentemente, aquel descubrimiento determinó completamente toda mi actividad ulterior, y hoy L1448-MM sigue estando en el punto de mira de los grandes observatorios científicos, que tratan de desgranar los detalles desconocidos del nacimiento estelar. Durante una comida con el Profesor Frank Shu en Creta, en 1999, me preguntó por L1448-MM. Shu es desde hace muchos años la gran autoridad en la teoría de la formación estelar. Él es un teórico, y yo un observador. Mis datos sirvieron, y aún sirven, para las extraordinarias simulaciones que Shu realiza sobre lo que ocurre en el Universo.

Redacción QUO