Los genes tienen padres y madres, un linaje que se extiende a veces a los inicios de la vida y otras a momentos evolutivos concretos que delatan nuestro parentesco con diferentes especies. Los genes iniciales se multiplicaron y modificaron con cada nueva generación.

La afirmación es lógica y es una conclusión por la que se han regido los científicos durante las últimas décadas: los genes nacen de otros existentes que evolucionan con nuevas características.
Solo hay un problema, de acuerdo con el bioinformático de la Universidad de Münster, Erich Bornberg-Bauer: “si las partes nuevas vienen de las viejas, no podríamos explicar cambios fundamentales en el desarrollo… por lo tanto, ¿cómo consiguió la evolución generar la enorme variedad de vida que vemos en la Tierra?” Y la respuesta son los nuevos genes. No tienen ancestros, no guardan semejanza con ningún otro y aún así, resultan fundamentales.
Su origen parecía un misterio, pero María del Mar Albà, bióloga evolutiva del Instituto de Investigación del Hospital del Mar en Barcelona, podría tener una respuesta: están en lo que llamamos el ADN basura. “La existencia de genes de novo, como también son conocidos – explica Mar Albà a Quo – se suponía una rareza, pero cada vez se descubren más y más.” ¿Cuántos? Recientemente el equipo que lidera Albà identificó diez veces más genes nuevos de los mencionados en estudios previos: un total de 600, de los cuales el 80% eran completamente desconocidos para la ciencia. Es importante aclarar que cuando se habla genes nuevos o de novo, se refiere a aquellos que han surgido desde nuestra separación evolutiva de los chimpancés, no que nuestros abueos no los tuvieran y nosotros sí. Desafortunadamente una cosa es descubrirlos y otra muy diferente es saber qué hacen.

David Begun, biólogo de la Universidad de California, descubrió que varios genes de la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster, estaban presentes únicamente en una o dos especies. Su análisis reveló que eran fundamentales para que el insecto pudiera volar.
Otro ejemplo, un tercio del genoma de la levadura es exclusivo de este organismo y, algunos de esos genes son los que dictaminan si se reproduce sexual o asexualmente.
Sí, sí, pero ¿qué sucede en humanos? Para Bornberg-Bauer la mutación de estos genes “puede desencadenar fallos catastróficos. Serán nuevos, pero también son muy importantes”. Y lo son porque pueden producir proteínas tóxicas, como las que se acumulan en el cerebro de personas con Alzheimer. “Las proteínas tienen una tendencia a plegarse del modo erróneo y provocar fallos – señala la bióloga de la Universidad de Arizona, Joanna Masel – y una proteína que surge de un gen nuevo tiene muchas posibilidades de ocasionar problemas”.
Por ello es tan importante estudiarlos. Para Albà “resulta vital comprender sus funciones y cómo pudieron afectar la biología de los humanos.” Hasta ahora su equipo analizó cuatro tejidos diferentes, corazón, testículos, hígado y cerebro, para encontrar los 600 nuevos genes, pero aparecerán más. “A medida que sigamos investigando, descubriremos otros genes desconocidos – argumenta Albà desde Barcelona –. No hemos descubierto todos aún, pero sí sabemos el el 2% del genoma humano es nuevo, es decir que está formado por genes que no comparte con ninguna otra especie. Hay muchas partes del genoma que podrían dar lugar a nuevos genes y que por mutaciones o cambios en las condiciones ambientales, se activarán, pero siempre en procesos a largo plazo y que sean beneficiosos.”
La pregunta que intentan responder ahora, es cuándo, por qué y cómo un gen nuevo se activa.

Juan Scaliter