[image id=»65119″ data-caption=»Piezas claveCientífico del Laboratorio Gran Sasso, de los Abruzos (Italia), con una pieza de un detector de partículas de materia oscura, enterrado a 1.400 m. » share=»true» expand=»true» size=»S»]

Y peor aún: ni siquiera todo es materia oscura. Porque, analizando las distancias a galaxias extremadamente remotas (para lo cual se usan supernovas de una clase especial), los astrónomos descubrieron que estaban más lejos de lo que pensaban. Lo cual tiene una única explicación: el Universo no solo está en expansión desde el Big Bang, sino que esta expansión es cada vez más rápida. Algo está haciendo que las galaxias se aparten más deprisa de lo que nuestros cálculos indican, luego tiene que haber una fuerza de repulsión que actúa sobre las galaxias y las acelera en su separación. A esta desconocida fuerza se la llamó energía oscura. Los cálculos indican que representa nada menos que tres cuartas partes de la densidad de materia/energía del Universo. No tenemos ni la más remota idea de lo que pueda ser. Pero la diversión no termina aquí; otros físicos han propuesto un modelo en el que materia y energía oscuras serían diferentes caras de un nuevo concepto: el fluido oscuro. Y determinados movimientos de grandes grupos de Galaxias indican una fuerza lateral que modifica los movimientos a gran escala dentro de nuestro Universo, una fuerza que han denominado flujo oscuro. Newton estaría de los nervios.

Su elegante gravitación, que explicaba igual el movimiento de los astros y el de las manzanas, está repleta de anomalías a todas las escalas, algunas positivas y otras negativas. Para salvar las ecuaciones, hemos de inventar objetos que no podemos conocer, y asumir que forman el 95% del cosmos. Y los físicos de altas energías no encuentran cómo explicar de qué manera la gravitación puede encajar con la teoría cuántica. Como tituló hace unos años The Economist: “Nos hace falta un Jovencito Einstein”.

Redacción QUO