La respuesta es sencilla: porque se desconoce cómo eran. Algunos mamíferos tienen un pequeño hueso en el pene, llamado baculum. Pero lo habitual es que los órganos sexuales estén formados por tejidos blandos que no suelen fosilizar. Es lo que sucede con los genitales humanos, y también con los de los dinosaurios. “Los restos de los genitales de estas criaturas no se han conservado”, explica José Carlos García Ramos, director científico del MUJA. “Por tanto, no hay ninguna prueba que nos permita saber si tenían o no tenían pene.” Pero, si no lo tenían, ¿ cuál era su órgano reproductor? Todo parece indicar que uno llamado cloaca. Cada día hay más evidencias de que las aves modernas son los parientes vivos más cercanos a los dinosaurios. La mayoría de ellas carece de pene, y en su lugar tienen la citada cloaca, una cavidad en la que confluyen el tracto urinario y el aparato reproductor. Para copular, los ejemplares acoplan sus respectivos orificios en una operación que los biólogos llaman “beso cloacal”. Cuando el macho recibe la necesaria inyección de sangre en dicha área, los músculos de su cloaca sufren unos espasmos que proyectan el esperma al interior de la hembra. “Las aves nos dan pistas para elucubrar sobre los dinosaurios”, explica Fidel Torcida, paleontólogo y director del Museo de Dinosaurios de Castilla y León. “Dado que ambas especies están emparentadas, si las aves se reproducen de esa manera, es coherente pensar que sus antepasados jurásicos lo hacían del mismo modo”. La tesis de la cloaca es la que goza de mayor consenso, pero también existen partidarios de la teoría del pene. Como la británica Olivia Judson, historiadora y bióloga evolucionista, quien asegura que: “Puestos a elucubrar, hay tantos indicios para pensar que los dinosaurios tenían pene como para decir que no”. La experta cree que los machos poseían un seudopene. Para justificarlo, parte de que las aves actuales se dividen en dos grupos: Paleognathae y Neognathae. “Los miembros del primero, como las avestruces, tienen un órgano parecido a un falo,” explica Judson. “Está escondido en la cloa­ca, pero lo sacan al exterior para aparearse.” Judson cree que todos los antepasados de los pájaros lo tuvieron en un principio, pero que, en al­gún momento de la evolución, la rama Neognathae lo perdió.

Redacción QUO