Cuando de intención de voto se trata… somos un poco veletas, o al menos eso afirma Lars Hall, un científico de la Universidad de Lund que ha decidido llevarle la contraria a Mitt Romey. El candidato presidencial norteamericano centró su campaña en sus seguidores más leales (5-10%), basándose en la opinión de que la mayoría de los votantes son inamovibles en sus convicciones políticas.

Nada más lejos de la realidad. Hall y sus colegas descubrieron durante las elecciones suecas de 2010 que la lealtad es manipulable: casi la mitad de los votantes estaban abiertos a cambiar de opinión. Sus conclusiones se han publicado hoy en PLoS ONE.

El grupo de Hall realizó 162 encuestas a los votantes que paseaban por las calles de Lund y Malmö (Suecia) durante las últimas semanas de la campaña electoral, preguntándoles cuál de las dos coaliciones políticas -demócrata o conservador- tenían intención de votar y con qué intensidad se identificaban con su propuesta. Asimismo, el equipo también quiso saber la opinión de los electores en cuanto a 12 temas de interés ciudadano, incluido los impuestos y la energía nuclear.

Votantes muy manipulables

Para demostrar su teoría, el equipo hizo rellenar las encuestas a las 162 personas. Por otra parte, Land y sus colegas rellenaron otra hoja con las mismas respuestas de cada uno de ellos pero… a la inversa. Usando un pequeño truco de prestidigitación, daban el cambiazo a la hoja verdadera por la falsa con las respuestas manipuladas ¿el resultado? Cuando los científicos pedían a los votantes que argumentaran sus decisiones en cada una de las preguntas, estos, en lugar de percatarse que les habían dado el cambiazo y que esa no era la hoja que ellos habían respondido, intentaban argumentar su supuesta opinión.

Finalmente el equipo puntuaba las respuestas (del falso cuestionario) y situaba al encuestado en una opción política. Aunque en realidad era justo la opuesta a la que hubiera arrojado por su propia voluntad, el futuro votante acataba el resultado, lo asumía como suyo e incluso cambiaba su intención de voto.

No más del 22% de las respuestas manipuladas fueron detectadas, y el 92% de los participantes aceptaron el resultado manipulado como propio. Esto no sorprendió a Hall, que ya había demostrado este efecto, conocido como ‘elección a ciegas’, para las preferencias morales y estéticas de las personas. Con la política no podía ser de otra manera.

Una de las cosas más interesantes de este estudio es que el 10% de los sujetos cambiaron su intención de voto (de derecha a izquierda y viceversa). El 19% de ellos han pasado de ser firmes en sus convicciones políticas al grupo de los indecisos y otro 18% habría estado indeciso antes de la encuesta, lo que indica que un 47% de los electores estaban abiertos a cambiar de opinión, en contraste con el 10% de los votantes identificados como indecisos en las encuestas suecas en ese momento.

Algunos expertos dudan si el cambio de voto es firme o se volatiliza, ya que la gente al final vota a un partido o un candidato, no a unas ideas. Una vez se olvidan de las ideas, acaban volviendo a sus habituales patrones de voto.

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Redacción QUO