Se podría pensar que el magma o las rocas llenan el vacío, pero la verdad es mucho más prosaica: es agua. Los depósitos de petróleo, que naturalmente están mezclados con agua y gas, se encuentran en el interior de la corteza terrestre en capas de roca porosa, normalmente arenisca o piedra caliza. (Al contrario de lo que podría imaginarse, extraer crudo se parece más a extraer líquido de una esponja que de un enorme recipiente).

A esas profundidades, los líquidos están bajo una presión extremadamente alta. Si se bombea el petróleo, la presión del pozo baja. El agua que está en las rocas de alrededor, que también está bajo una gran presión, se desplaza a estas bolsas con menor presión hasta que se llega a un equilibrio. «Es como cavar un agujero en la playa: el agua que está en la arena alrededor fluye a la zona de menor presión del agujero», explica Chris Liner, profesor de sismología petrolífera en la Universidad de Houston.

¿Hay riesgo de que provoque un terremoto?

Sí, pero no mucho. A menos que se perfore en una región con actividad volcánica (lo cual no sería muy inteligente por múltiples razones), el magma suele fluir muchos kilómetros por debajo de los pozos de petróleo más profundos, que pueden estar a unos 9.100 m bajo la superficie, de modo que no hay muchas probabilidades de desencadenar un géiser de lava.

Y, aunque puede haber un desprendimiento de rocas o de sedimentos, no provocaría un terremoto importante. Los terremotos provocados por una perforación tienen una magnitud de entre -2 y -4, que es mil veces menos potente que el rugido de un tráiler que pasa a tu lado.

Redacción QUO