El acelerador favorito del planeta es indudablemente un acaparador. Encerrado en un anillo de 26,9 km de largo enterrado en las cercanías de Ginebra, Suiza, el Gran Colisionador de Hadrones está ampliando los límites de la ciencia e incrementando nuestro conocimiento de la física. Y lo consigue acelerando dos haces de protones en direcciones opuestas a energías de siete teraelectronvoltios. Y eso consume mucho.

A pleno rendimiento, el CERN el laboratorio físico europeo que gestiona el GCH, consume una potencia de 180 megavatios, 120 de los cuales se los lleva el propio acelerador. El mayor devorador de electricidad es el sistema criogénico, utilizado para congelar 7.000 imanes superconductores a una temperatura justo por encima del cero absoluto. El sistema utiliza 27,5 megavatios para dirigir los haces de protones por un trayecto circular.

Ahí entran en acción los cuatro detectores principales, máquinas encargadas de leer las colisiones entre protones, que utilizan 22 megavatios. Los poderosos campos eléctricos requeridos para acelerar las minúsculas partículas a una velocidad cercana a la de la luz hacen que cuando el GCH está funcionando, el CERN consuma el equivalente a una pequeña ciudad.

Aunque tales niveles de consumo podrían suponer una carga insoportable para la red de energía local, el coordinador del GCH, Mike Lamont, afirma que en realidad solo supone una merma de un 9% en comparación con el antiguo acelerador, el Gran Colisionador Electro-Positrón. Y el consumo total de energía del CERN representa solamente un 10% del utilizado por la ciudad de Ginebra, así que los riesgos de apagón son realmente bajos.

¿Son realmente elevadas las facturas del CERN?

La gran preocupación del CERN es la factura eléctrica. Los 2.800 millones de euros necesarios para el funcionamiento de la máquina representan solo el coste principal. El mantenimiento del acelerador también es caro. La factura potencialmente astronómica que genera obliga a cerrar el GCH en invierno, cuando el consumo es mayor.

Redacción QUO