La selección natural tendría que haber dado algunos golpes de timón para que surgieran los dragones, pero, si queremos ampliar un poco más el criterio, las características básicas del dragón ya existen en otras especies. Solo que no se da en un único animal.

La primera cualidad del dragón es el vuelo. Sus alas suelen representarse siempre de una o dos formas: un tercer par de extremidades conectadas a la columna, o un par de antebrazos palmeados. Jack Conrad, un paleontólogo experto en reptiles del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, piensa que esta última es la más plausible. «Seis apéndices parece algo bastante improbable en los vertebrados«, asegura.

«Lo único parecido a esa posibilidad son las ranas que habitan en el oeste de Estados Unidos; contraen un parásito y acaban desarrollando nuevas extremidades. Pero siguen siendo idénticas a las anteriores, y no son demasiado útiles. Parece que cuando la naturaleza ha intentado generar un vertebrado hexápodo, este se ha extinguido. Esa es la principal limitación».

Según Conrad, las alas correosas de un pterosaurio son el mejor mecanismo para un lagarto gigante. «El guetzalcoatlus tenía una envergadura de 9 metros», dice. «Eso hubiera servido». Pero serían necesarias unas alas fuertes para compensar el peso de la piel del dragón. «Añadamos algo de cocodrilo para proporcionar la armadura», sugiere Conrad. La piel de un cocodrilo, explica, está hecha en parte de láminas óseas. Cuando los colonos europeos toparon con los reptiles, su piel demostró ser lo suficientemente dura para que rebotaran las balas de mosquete.

Bueno, ya tenemos un lagarto muy grande con alas de pterosaurio que pueden repeler el fuego de un mosquete. Ahora solo falta que lance fuego. Ahí no hay paralelismos actuales; no existen animales que escupan fuego u otro líquido inflamable. Pero algunos escarabajos pueden arrojar productos cáusticos, capaces de quemar la piel del hombre, así que tampoco sería tan descabellado que algún animal hubiera podido arrojar un líquido inflamable alguna vez.

Si a ello añadimos que las cobras escupen veneno con gran precisión sobre objetos situados a casi dos metros de distancia, ya podemos imaginarnos a nuestro dragón imitando esa habilidad para arrojar su sustancia inflamable. Y, ¿cómo encenderla? «Bueno, quizá existiría algún órgano especializado, una especie de cola eléctrica de anguila en la boca, que podría servir de mecha», dice Conrad. «Por supuesto, no dejan de ser teorías».

Redacción QUO