«El aparato que sirve para medir flatulencias podría tener múltiples utilidades más allá de las residencias de estudiantes«, dice Robert Clain; como biosensor para las bacterias productoras del dañino ácido sulfhídrico en los hospitales, por ejemplo. Los dentistas podrían utilizarlo para medir el mal aliento, e incluso algunos veterinarios se han interesado por el mecanismo. «Puedes medir el grado de salud del ganado por la calidad de sus flatulencias» dice Miguel Salas. «El olor y el sonido pueden ofrecer muchos datos sobre sus movimientos intestinales».

Cuando llegó el momento de presentar el invento en clase, Clain y Salas tuvieron que poner a prueba su detector emitiendo sonidos ásperos y respirando sobre él; las exhalaciones humanas contiene suficiente ácido sulfhídrico como para activar el sensor. «Es difícil emitir flatulencias olorosas por encargo», se lamenta Clain. «Además, se creó una agradable atmósfera entre los que nos rodeaban».

Sin duda, el profesor se sintió motivado a otorgar al proyecto un merecido sobresaliente.

Redacción QUO