Los restos fósiles de aves prehistóricas y dinosaurios presentan a menudo una extraña postura, con el cuello, la cabeza y la cola muy doblados hacia atrás sobre lo que habría sido el lomo, y las extremidades estiradas. Dicha posición, conocida como la “pose de la bicicleta” o, más profesionalmente, Opisthotonus, ha supuesto un misterio para los paleontólogos durante más de un siglo.

La hipótesis con más peso lo explicaba por una muerte entre fuertes espasmos, que podrían estar causados por falta de vitaminas, envenenamiento o daños en el cerebelo. Sin embargo, no justificaba que la distorsión se mantuviera una vez transcurrido el rigor mortis, cuya duración no suele pasar de 48 horas.

Achim Reisdorf y Michael Wuttke, de las Universidades de Basilea (Suiza) y Maguncia (Alemania) han superado ahora este escollo con una nueva explicación: que la deformación tenga lugar durante el proceso de descomposición del cadáver. Tras estudiar los restos del dinosaurio Campsognathus longipes, que murió hace 150 millones de años, llegaron a la conclusión de que la clave podría estar en el agua, ya que este dinosaurio era de costumbres terrestres, pero su cuerpo quedó enterrado en los sedimentos de una antigua laguna tropical, cerca de la actual localidad bávara de Solnhofen.

Para comprobarlo, recurrieron a un experimento con gallinas muertas. Al sumergir sus cuellos en agua, observaron que éstos se curvaban inmediatamente hacia atrás más de noventa grados. Cuando profundizaron en las causas fisiológicas, llegaron al llamado Ligamentum elasticum, que une todas las vértebras desde el extremo del cuello a la cola. En los dinosaurios contrarrestaba el efecto de la gravedad “tirando” con fuerza de los largos cuellos y cola hacia arriba. Cuando el cuerpo ya muerto descansaba bajo el agua, donde el efecto de la gravedad se reduce, el ligamento seguía actuando con la misma intensidad y se originaba la forzada postura.

Pilar Gil Villar