ULTIMA HORA

Expertos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, en Suiza, acaban de postponer por tres años la decisión sobre la abolición del llamado segundo intercalar o segundo adicional.

Al Relámpago del Caribe, el olímpico Usain Bolt, le privaron del último trono en los Mundiales de Atletismo de Corea porque rebañó una zancada, robó 20 milésimas de segundo en una salida en falso, y los cronómetros no perdonan. En atletismo, son milésimas las que separan a un héroe de un dorsal más, ¡qué decir de un segundo! En un segundo, dice la ONU, nacen cinco humanos y mueren dos, el mismo lapso en el que se producen algo más de 1.000 deleitosos encuentros sexuales. Todo un segundo, ni más ni menos, es lo que nos quieren “robar” en estos días y tiene en pie de guerra, de un lado, a astrónomos, navegantes, y al mismísimo Reino Unido. En el otro bando, fabricantes de software y las grandes empresas de telecomunicaciones, en su mayoría estadounidenses. Según las mediciones que llegan al IERS (en español, Servicio Internacional de Rotación de la Tierra), en 2012 habría que agregar un segundo más a nuestros relojes. El último segundo del año deberían marcar un artificial 23:59:60. Pero puede no ser así.

La impuntualidad terrestre

El porqué de introducir ese discordante segundo tiene que ver con el comportamiento del planeta Tierra, que, por regla general, retrasa. En su baile de peonza, tiende a dejarse milésimas de segundo en el camino. Cuando ese retraso acumulado llega a los 0,45 milisegundos, la IERS establece que añadamos el llamado “segundo intercalar” a los relojes, previendo que la Tierra seguirá retrasándose y dándole, así, más de medio segundo de margen.

Un sistema horario ligado al planeta tiene muchas imperfecciones, y por eso los relojes atómicos, mucho más precisos, le arrebataron su protagonismo universal en el año 1972. Desde entonces, nuestros ordenadores, los GPS, todo se pone en hora al dictado de 400 relojes atómicos repartidos en 60 localizaciones en todo el mundo (siete de ellos están en San Fernando, Cádiz). Los relojes atómicos marcan el UTC (Tiempo Universal Coordinado), y lo que dicen “va a misa”. Entre tanto, la pesada Tierra, afectada por mareas, corrientes y avatares propios de los planetas, retrasa. Introducir ese segundo permite que UTC y el Tiempo de la Tierra vayan parejos.

Del 16 al 20 de enero se ha convocado una reunión internacional en Génova para hablar de él, del conocido como segundo intercalar. “El gran problema no es que pidan que se introduzca el segundo intercalar cuando sea necesario, sino que dejemos de hacerlo en los próximos 150 años”, explica a Quo Juan Palacio, Profesor-Jefe de la Sección de Hora del Real Instituto y Observatorio de la Armada. Palacio es un “vigilante del tiempo”. Trabaja rodeado de relojes atómicos y vela porque las milésimas de segundo que pierde el planeta se tengan en cuenta.

“Se han introducido segundos intercalares desde el año 1972. La última vez fue en diciembre de 2008. Al hacerlo, evitamos que los relojes atómicos que marcan el tiempo civil, el que cada uno llevamos en la muñeca, se desfasen respecto al tiempo que emplea la Tierra en completar un día”.

Introducir este “segundo bisiesto” descabala el protocolo NTP de internet y, sobre todo, afecta a los sistemas de navegación de satélites, como el GPS y el GNSS (Sistema de Navegación Global de Satélites). Para evitar estos daños colaterales, la Unión Internacional de Telecomunicaciones ha propuesto añadirle una hora al reloj cada 600 años y abolir el segundo intercalar. Estados Unidos, Italia, Francia, Alemania, Japón y Rusia lo apoyan, y entre las opciones figura atrasar el reloj una hora cuando sea necesario. Según los cálculos de la Universidad de Bonn, eso ocurriría en 2600. Sin embargo, Japón y, sobre todo, Gran Bretaña, pelean para que las cosas sigan como hasta ahora.
“Si la Tierra se desfasa unos milisegundos, no pasa nada. Pero si dejamos de introducir ese segundo intercalar en los próximos 600 años, habrá un desajuste enorme del planeta respecto al tiempo oficial. Tomaremos una decisión que afectará a nuestros tataranietos, y es algo que muchos no quieren”.

El segundo o la bolsa
La introducción del segundo intercalar es algo geológicamente imprevisible. Es decir, la Tierra puede retrasarse o no. Esto ocasiona grandes quebraderos de cabeza a los fabricantes de software y empresas de telecomunicaciones, que no pueden saber con antelación si ese año durará oficialmente un poquitín más, y programarlo. Los que lideran esta guerra contra el segundo intercalar son los representantes de EEUU, portavoces de los principales creadores de software del mundo. Veamos cómo afectaría uno de sus maliciosos efectos; en concreto, el efecto en Bolsa. Ni que decir tiene que en un segundo se mueve tanto dinero en el mercado de acciones que quienes pelean por él están dispuestos a dejarse la piel.
Hace más de veinte años, la contratación de acciones en los mercados bursátiles se realizaba a voz en cuello. Con la llegada de los mercados electrónicos, los brókers siguen chillando, pero quien decide es el corazón del PC. Todos los ordenadores están conectados al ordenador central del mercado que se trate (Bolsas, derivados, etc.). Los rigen nuevos sistemas llamados “de contratación algorítmica” (algorithmic trading), que consisten en un software que recoge los datos que llegan en milésimas de segundo y es capaz de tomar sus propias decisiones: invertir, o no. Esas decisiones se toman en función del maremágnum de información que reciben a altísima velocidad de los mercados. La rapidez inhumana de estas transacciones, en las que ni siquiera hay que darle al enter del teclado, es de milisegundos. Y son tan relevantes que los brókers tienen en cuenta incluso la distancia de su oficina al servidor central. En Wall Street, las oficinas cercanas a la Bolsa son muy demandadas por los brókers. Calculan que por cada kilómetro de distancia, las órdenes a un mercado tardan 5 microsegundos en llegar. Cabe imaginar lo que supone un segundo que no puede programarse.
En el bando de los que quieren que ese segundo intercalar permanezca vivo están los astrónomos, que pelean porque el Tiempo de la Tierra siga ajustado al de sus relojes; los navegantes, que aún están obligados por las leyes náuticas a salir a la mar con cartas de navegación y sextantes y, lo habíamos anunciado, Reino Unido.

Orgullo británico
Los británicos defienden al debilitado segundo extra por una cuestión histórica. “El tiempo oficial en todo el mundo, a día de hoy, es UTC; es decir, el que marcan los relojes atómicos. Salvo en Reino Unido”, explica Palacio. “Ellos mantienen el tiempo oficial como GMT, el que indica que a las 12 del mediodía el Sol pasa por el meridiano de Greenwich”. Así había sido para todos desde la conferencia de Washington de 1884.
Los británicos se quedaron con el meridiano que marcaría la hora cero porque eran los principales creadores de cartas de navegación (imprescindibles cuando no había GPS). “Aunque tendría que haber sido el meridiano de San Fernando”, protesta Palacio. “Hace unos años, el Lord del Almirantazgo reconoció que las cartas náuticas las copiaban de las españolas y les ponían el sello británico”.
Dejando los resquemores históricos aparte, si el segundo intercalar deja de introducirse y el desfase de la Tierra se estira, tener un tiempo oficial regido por el meridiano de Greenwich sería ilógico… y ya sabemos cómo se las gastan los ingleses.
Con las espadas en alto, ya se han hecho algunas encuestas a partes interesadas sobre el cuestionado segundo intercalar. La última, llevada a cabo por el IERS, daba 341 votos a favor de mantener las cosas como se han hecho hasta ahora (el 76,3% de los participantes en la encuesta) y 80 votos en contra (el 17,9%). Pero nada está decidido. En Génova, a finales de enero, sabremos si defenestran al segundo intercalar o si seguimos anclados al devenir de nuestro incorregible planeta Tierra.

Redacción QUO