ntrevistamos a Fabien Cousteau días antes de su expedición a el Gran Agujero Azul, en el Caribe

«Voy a citar a mi abuelo: si supiera lo que voy a encontrar, no iría”, dice Fabien Cousteau, nieto del comandante Jaqcques-Yves Cousteau, el gran explorador submarino, antes de la expedición que le va a llevar al fondo del Gran Agujero Azul, un impresionante pozo sumergido de 124 metros de profundidad situado a 70 kilómetros de la costa de Belice, en el Caribe.

Fabien Cousteau

Fue el primer nieto de Jacques-Yves Cousteau. Pasó su infancia a bordo del Calypso y a los 4 años aprendió a bucear.

Joe Pugliese / August / Cordon Press

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Fabien Cousteau repite en esta ocasión la misma inmersión que el comandante emprendió en 1971. Viaja acompañado por el millonario y filántropo Richard Branson, fundador de Virgin, y el evento se retransmite en directo para todo el mundo a través de Discovery Channel. En una era en la que es imposible perderse gracias a los sistemas de navegación por GPS, podríamos pensar que no queda un rincón del planeta por descubrir o subir a Instagram, pero estaríamos terriblemente equivocados. Los océanos son aún grandes desconocidos, y sabemos mucho más sobre la Luna que del fondo de los mares. “Solo hemos explorado el 5% del océano hasta hoy”, comenta Cousteau.

“Fue un lujo viajar en el ‘Calypso’”

El comandante Jacques-Yves Cousteau fue un pionero en muchos campos. Marino, explorador, fotógrafo y cineasta, sus libros, películas y series de televisión que documentaban su pasión por el mundo submarino hicieron soñar a varias generaciones. Para conseguir aquellas imágenes tuvo que inventar primero el equipo: desde el regulador por el que respiran los buceadores (que es básicamente el mismo que se emplea hoy en día), hasta el primer minisubmarino con fines científicos o las cámaras y luces para filmar a grandes profundidades. Fue un Tony Stark de su época.
A 73 kilómetros de la costa de Belice, en el mar Caribe, el Gran Agujero Azul es una dolina, una cueva sumergida.

Fabien aprendió a bucear a los cuatro años, y a los siete se unió a las expediciones de su abuelo a bordo de sus famosos barcos laboratorio, el Calypso y el Alcyone. “Fue una bendición poder crecer en estas naves icónicas, rodeado de pioneros”, recuerda. “Me permitió entender qué tipo de personas son necesarias para hacer posible una expedición. Aunque pintar las barandillas, rascar el casco o hacer el turno de noche al timón no suene tan glorioso, todos esos trabajos fueron las experiencias que me hicieron ser quien soy”.

Desde aquella incursión hace más de 40 años, ninguna otra expedición se había aventurado en el interior de esta sima sumergida. “Si fuera fácil todo el mundo lo haría”, dice Fabien Cousteau. “A mi abuelo y su equipo les llevó un mes trazar un paso viable para llevar al Calypso hasta el Gran Agujero Azul. Es una empresa muy difícil y costosa, que requiere, además, un equipamiento poco habitual y muy caro”. En comparación, el equipo de Fabien Cousteau parece venido de otro planeta. La inmersión se lleva a cabo a bordo de un sumergible Stingray 500, con capacidad para tres personas y que puede descender hasta 150 metros de profundidad. La propulsión es totalmente eléctrica, y los submarinistas viajan en el interior de una dura esfera de plástico acrílico que les permite una visión completa de 270 grados. Toda la inmersión se graba en vídeo de alta definición 8K y se retransmite en directo. Al mismo tiempo se elabora un mapa 3D del fondo de la cueva usando ultrasonidos.

Dentro del Stingray viajan el propio Fabien Cousteau, Richard Branson, que confiesa que “no se perdería un viaje como este por nada del mundo”, y Erica Bergman, piloto de submarinos, ingeniera de realidad virtual y también exploradora del océano. Erica controla el sumergible con precisión con unos mandos sospechosamente parecidos a los de una consola de videojuegos. Junto con el Stingray bajan a las profundidades otros dos aparatos no tripulados. Uno lleva las luces para iluminar el descenso, mientras que otro se dedicará a recoger datos telemétricos para trazar un detallado mapa 3D del agujero.

Gran Agujero Azul, caribe

“Se dice que esta es una puerta alienígena”

Un agujero azul es una dolina, el hueco que queda en la tierra cuando se hunde el techo de una cueva. Las cuevas se forman cuando el agua de lluvia, que es ligeramente ácida, se filtra bajo tierra y poco a poco disuelve la roca caliza. Con el tiempo se abre un gran hueco subterráneo, con pasajes y galerías. Si el nivel del agua del mar sube y la cueva se inunda, se forma un agujero azul.

Sin embargo, este agujero azul es especial. Cuando Jacques-Yves Cousteau descendió bajo sus aguas, se encontró con una impresionante catedral submarina llena de enormes estalactitas. Esta es una clara indicación de que la cueva original estaba en tierra firme, por encima del nivel del mar, cuando se formó hace unos 20.000 años, durante la última glaciación, pues las estalactitas no pueden formarse bajo el agua.

El agujero azul atrae a los buceadores de todo el mundo, y también es una fuente de mitos y leyendas. “La mayor parte de ellas tienen que ver con monstruos marinos y aliens”, relata Fabien Costeau antes de la inmersión. “Muchas historias fantásticas contienen un pequeño grano de realidad: las historias de dragones basadas en los fósiles de dinosaurios, los unicornios a partir del cuerno de un narval o la leyenda del kraken basada en restos de un calamar. El Gran Agujero Azul no es una excepción: se dice que aquí vive un dios en forma de serpiente marina gigante, que es un portal hacia un mundo sumergido o un escondite alienígena. Sea ciencia o ciencia ficción, nosotros vamos a encontrar qué es lo que hay de una vez por todas”.

«Mi abuelo tardó un mes en trazar un paso viable para llevar al Calypso hasta el Gran Agujero Azul»

Más o menos a mitad de descenso nuestros submarinistas se topan con una barrera invisible. Hay una capa de ácido sulfhídrico disuelto en el agua, que debido a la presión y la diferencia de densidad se concentra en esta profundidad, como ocurre con las diferentes capas de café y leche en un capuchino. Esta capa también impide el paso del oxígeno a las profundidades del agujero, lo que hace que la vida marina desaparezca.

El fondo es arenoso y Erica, al mando del sumergible apaga los propulsores y utiliza los tanques de flotación para suspenderse a unos pocos centímetros sin perturbarlo. Aquí aparecen los restos de varios animales –cangrejos y caracolas– que cayeron bajo la capa de ácido y se quedaron sin oxígeno antes de poder ascender.

En el fondo, por desgracia, aparece también la basura, latas y botellas que han caído a la sima y se han acumulado a lo largo de décadas de visitantes. La dolina se encuentra en un atolón coralino llamado Lighthouse Reef, que pertenece a la reserva natural de la barrera de coral de Belice, la segunda más grande del mundo después de la australiana. Como todos los corales del planeta, este ecosistema está amenazado por el cambio climático y la polución.No es la primera vez que Fabien sigue los pasos de su abuelo. En 1964 Jacques-Yves Cousteau pasó 30 días viviendo con su equipo en una estación submarina, la Continental Shelf Station Two.

En 2014, para conmemorar el quincuagésimo aniversario de esa hazaña, su nieto se embarcó en Mission 31, una estancia de un mes en el laboratorio submarino Aquarius, a 20 metros de profundidad en la costa de Florida. “Fue un proyecto difícil, pero valió la pena, porque conseguimos el equivalente a tres años de investigación científica en solo 31 días, y generamos más de 3.000 millones de visualizaciones en medios de comunicación”, recuerda.

Con esta nueva expedición, Fabien espera llamar de nuevo la atención internacional. “Las formaciones geológicas del agujero azul nos proporcionan un mapa de los cambios climáticos a lo largo de la historia”. El ascenso del nivel del mar se ha acelerado dramáticamente en los últimos 50 años, y llegará a ser de uno o dos metros por siglo, un cambio radical de la faz de la Tierra: “Mostrar la belleza y la fragilidad del mundo oceánico es fundamental para defenderlo”.

Darío Pescador