El histórico informático y programador Donald E. Knuth ha recibido el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información y la Comunicación. La propia Fundación le describe como «el literato de las computadoras por excelencia. Su obra magna, aún inconclusa y titulada El arte de programar ordenadores, es la gran enciclopedia de la programación, el manual de consulta al que recurren todos los científicos de la computación para comunicarse con sus máquinas».

Ha convertido en software libre los programas tipográficos TeX y METAFONT, ideados por usted. ¿Cree que todo el software que tenga interés para la Humanidad debe ser libre (como muchos exigen en el campo de las vacunas)?

Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida. Casi todos los trabajos contribuyen a la Humanidad. No abogo porque una persona que se dedique a programar no cobre. La cuestión, por lo tanto, no es “que el software que sirva para el avance de la Humanidad sea gratis” sino más bien “cómo compensar a los programadores por su trabajo”.

Actualmente, cada profesión es doferente en este aspecto. A un medico se le paga mediante un sistema, un científico por otro, un músico por otro… Probablemente nunca evolucionaremos hacia sistemas lógicos y justos, aunque podemos seguir intentando mejorar el sistema actual.

En mi caso particular, respecto a TeX y METAFONT, recibí una ayuda para mi investigación científica, y en realidad los programas fueron un producto colateral de esa investigación; fueron un medio de investigar. Puse ese software a disposición de todos porque sabía que traería muchas ventajas. Por ejemplo, la ausencia de control propitario significó que cualquier ordenador con cualquier tipo de estructura para la tipografia, obtenía los mismos resultados.

Mis espectativa se vieron más que colmadas porque miles de voluntarios continuaron mi labor y los resultados han sido fantásticos. La mayoría de ellos, igual que yo, contribuyeron con syu tiempo porque ya tenían un salario por otro lado. Pero unos cuantos sacrificaron años de sus vidas para ayudar a mejorar TeX. Aplaudo esos esfuerzos heróicos. Yo no aporté más que los beneficios inesperados que se obtuvieron.

Hay quien piensa que la inteligencia artificial ha agotado sus capacidades; que ya no avanza porque solo se basa en pura estadística e imitación de los actos humanos, pero que nunca ha llegado a hacer que las máquinas “comprendan”. ¿Está usted de acuerdo?

La investigación sobre inteligencia artificial crece más que nunca, con avances asombrosos en cosas como el aprendizaje de las máquinas o el diagnóstico medico. He visto hacer maravillas a helicópteros controlados por robots, cosas que se tenían por imposibles. Seguro que habéis leído algo sobre el concurso de vehículos robotizados y autónomos del DARPA [el organismo de investigación del Departamento de Defensa de EEUU]. Esos coches circulan muchos kilómetros por lugares que no conocen sin ninguna supervision humana.

Por otro lado, a este paso nada indica que vayamos a vivir lo suficiente para ver que los ordenadores sean capaces de “entender” verdaderamente lo que están haciendo. Hay grandes avances neurocientíficos sobre cómo funcionan las columnas corticales en nuestro cerebro; por ahora los misterios del proceso cognitivo siguen siendo un misterio. En realidad el enigma de la conciencia es el problema más complicado que la ciencia tiene por resolver.

Yo no trabajo en el campo de la inteligencia artificial, pero uso muchas de las técnicas descubiertas en ese campo. Desde el principio esos investigadores han intentado usar los ordenadores para las tareas más exigentes, y en el camino han descubierto importantes técnicas que nos benefician a todos.

¿Es capaz de resumir y explicar para alguien que no sabe de programación, de qué va el último tomo (el IV) de su El arte de programar ordenadores, que se menciona en el acta de este premio?

El tema de mi cuarto volumen son los “algoritmos combinatorios”, o sea, los métodos por los cuales los ordenadores pueden manejar tropecientos millones de posibilidades.

Una simple buena idea que la computación funcione miles de veces más rápido, y han aparecido muchas buenas ideas así. Mi libro trata de enumerarlas, analizarlas y ponerlas todas bajo el mismo marco para que sea más fácil aplicarlas a los nuevos problemas que vayan surgiendo.

Los programas son cada vez mejores y más complicados pero, ¿en su lógica y estructura interna han cambiado tanto desde que nació la computación?

Si de verdad siguiera igual, ya habría dejado de escribir El arte de programar ordenadores hace tiempo. Pero las nuevas ideas ocurren muy a menudo; tardé desde 1973 hasta 2011 para terminar solo las primera 900 páginas de mi libro. Esas nuevas ideas me han obligado a hacer cambios en la estructura en el sumario del libro, para poder referirme a técnicas y conceptos desconocidos hasta ahora.

Los científicos de la computación aprenden cosas nuevas sobre algoritmos cada año, igual que los biólogos aprenden más sobre células o los astrónomos sobre estrellas.

La respuesta a cada pregunta conduce a más preguntas intrigantes que nunca se habían explorado antes. Y esto es igual en informática. Aunque el premio de la Fundación BBVA is para las “Fronteras del conocimiento”, ese límite aún no está a la vista.

Por eso mi último libro no es Volumen 4 sino Volumen 4A; y su título es “Algoritmos combinatorios, primera parte”. En cuanto pueda completaré el volumen B, el C y todos los demás. Pero queda mucho que hacer. Se me ha venido encima una avalancha y no veo forma de pararla o seguirle el ritmo.

Redacción QUO