Quo: Es curioso que fuera precisamente la “mousse de humo” el origen de la cocina Adrià…
Adrià: La “mousse de humo” es un plato icono. Diría que tomarla es un auténtico placer intelectual. El hecho diferencial de lo que está pasando ahora con la cocina de vanguardia española es que antes se cocinaba para que a la gente le gustara, era inteligible. No se podía hacer algo que no se entendiera. Ahora se cocina para otra forma de entender la vida, de ser tú. Es un lenguaje que creas, un lenguaje en el que hay momentos para todo, para la reflexión, para la polémica, para sentir amor, para disfrutar de la memoria, para plantearte qué es la tradición y qué no lo es. En los años 90 yo aquí, en España, era considerado un loco, un loco carioco. La mousse del año 97 marcó que la cocina era otra cosa. Una cosa que decían los críticos de mi presencia en la Documenta de Kassel es que la cocina no podía ser arte, porque la cocina no puede ser drama. Y, dicen, el arte no es para ser feliz. Sí que es verdad que yo quiero que quien pruebe mi comida sea feliz. No entiendo este interés por buscar la tristeza. Alguien que no quiera ser feliz yo no lo entiendo.
Wagensberg: Incluso los que dicen que no quieren ser felices, lo son cuando son infelices. El gozo lo tienen en un momento de desgarro o de drama.
Quo: Cuenta Jorge Wagensberg en su libro El gozo intelectual un experimento con una rata que continuamente da a una palanca que estimula las áreas cerebrales relacionadas con el placer…
Wagensberg: Se trata de un placer sexual, y la rata se va masturbando dándole al pedal. Nos resulta obsceno porque es buscar el me­canismo físico del placer, la neurona, el lu­gar del cerebro que lo produce. Pero se trata de un placer fundamental, sencillo, nada sofisticado; y los seres humanos vamos más allá.

Redacción QUO