¿Crees que si alguien te dice que te ha hecho una tortilla de dos huevos y en realidad tiene tres, lo notarías? ¿Distinguirías una cola normal de una light? ¿y la leche entera de la normal? Esas y otras preguntas similares son las que se ha hecho un grupo de investigadores de la Sheffield Hallam University (Inglaterra) con el fin de saber como el desconocimiento del consumo puede afectar a una dieta que pretende ser saludable.

Antes de ingerir un alimento, yasea sólido o líquido, generamos unas expectativas sobre la saciedad que este nos va aportar. Estudios previos realizados con alimentos líquidos (zumos) y semisólidos (sopa) se ha demostrado que dichas expectativas son determinantes en la dieta, ya que en base a esto mucha gente no come una comida proporcionada tres horas después. La investigación actual muestra que un efecto muy similar se puede observar cuando se usan alimentos sólidos (como una tortilla) y que la influencia de esas expectativas sigue presente después de un período de tiempo más largo (cuatro horas más tarde).

Para llegar a estas conclusiones, invitaron a 26 participantes a comer a su laboratorio. Durante dos visitas, los participantes creyeron que estaban comiendo tortillas de dos huevos para el desayuno. Sin embargo, las tortillas realmente tenían tres huevos. Como los participantes creían que la tortilla era más ligera, se mostraron más hambrientos dos horas después y comieron significativamente más comida (pasta) de la habitual en el almuerzo. Y no solo eso. También consumieron más calorías a lo largo del día que cuando los voluntarios creyeron que habían comido una tortilla más grande.

Según Steven Brown, autor principal de la investigación, «estudios previos han demostrado que las expectativas de una persona pueden tener un impacto en sus sentimientos posteriores de hambres y saciedad y, en cierto grado, su consumo de calorías más tarde. Nuestro trabajo se basa en esto pero con alimentos sólidos y poniendo a prueba la teoría con personas». El investigador puntualiza que también pudieron medir «el consumo de calorías de los participantes durante el resto del día. Esto nos hizo descubrir que la ingesta total era menor cuando los participantes creían que habían comido un desayuno más grande».

Además, como parte de la investigación, los científicos pudieron tomar una muestra de sangre de los participantes durante sus visitas. Analizaron los niveles de grelina, una conocida hormona del hambre. «Nuestros datos sugieren que los cambios en el hambre mostrado por los voluntarios y las diferencias en el consumo posterior no se deben a diferencias en la respuesta física».

Redacción QUO