Cruza los dedos índice y corazón, y acaríciate la punta de la nariz con ambos como se muestra en la fotografía. ¿No te da la sensación de tener dos narices?

Tu cerebro ha caído en la trampa que le ha tendido el tacto, ya que no está acostumbrado a que los dedos ‘sientan’ en esta disposición.

En condiciones normales —con los dedos sin cruzar—, si el lado externo del dedo corazón —el más alejado del dedo índice— toca la nariz, el dedo índice no entra en contacto con ella, y viceversa.

Es un estímulo tan habitual que el cerebro ya lo ha asumido. Pero al cruzar los dedos, ambos entran simultáneamente en contacto con la nariz, algo que al cerebro le cuesta encajar en sus esquemas, por lo que cae en la tentación de pensar en dos narices.

Redacción QUO