Fácilmente diferenciados de otros “desollados científicos” de la época, sus modelos se trataron y “disecaron” como si la muerte les hubiera cogido de improviso. ¿Locura o pasión didáctica? De todo. La mayoría de las piezas fueron utilizadas por alumnos de Medicina y Veterinaria durante la faceta de Fragonard como profesor en Lyon, en la primera escuela veterinaria del mundo. Otras, como El jinete del Apocalipsis no tuvieron más misión que la de ser exhibidas como obras de un arte macabro que llegó a escandalizar a los miembros más conservadores de la sociedad de finales del XVIII. Para realizar su trabajo, Fragonard utilizó cera de colores: rojo para las arterias, azul para la venas… Músculos y tendones eran separados unos de otros y, si era necesario, empleaba materiales de construcción como el yeso para rellenar y mantener erguidos penes, bronquios y demás órganos y vísceras. Se trataba de una técnica similar, pero más primitiva, a la plastinación de cuerpos con polímeros que Gunther von Hagens creó en 1977.

Un legado escaso. Hoy, solo 21 de las casi 600 reparaciones, las únicas que se conservan, se pueden contemplar en la Escuela Nacional de Veterinaria de Alfort, Francia. Concretamente, en el museo Fragonard (http://musee.vet.alfort.fr), fundado en 1766 y cuyo primer director fue el científico. La colección empezó gracias a su entusiamo y al de sus estudiantes, sin los cuales no habría sido posible el traslado de las piezas que había estado empleando durante su docencia. Su esfuerzo duró poco. Año tras año fue sufriendo diferentes cambios, especialmente durante la Revolución Francesa, y muchas preparaciones fueron trasladadas a otros emplazamientos, vendidas y hasta destruidas. A Fragonard le obligaron a dimitir. Liberado de sus responsabilidades y agobiado por la falta de ingresos, entró en una etapa de furor creativo que le llevó a producir compulsivamente. Logró vender algunas de sus preparaciones, con lo que subsanó su maltrecha economía y consiguió, tiempo después, ser reconocido como miembro del Jurado Nacional de Arte. Entre sus tareas, asumir la responsabilidad de los diferentes departamentos de Anatomía, incluido su museo. Honoré Fragonard soñó siempre que su colección fuera el germen de un Museo de Anatomía en París. Murió, sin ver lograda su meta, en abril de 1799.

Redacción QUO