A un vanidoso le van los amores de alto riesgo, mutua dependencia emocional y con un atractivo similar, pero jamás superior. “No quieren correr el riesgo de ser rechazados, y tampoco quieren intentarlo con una persona poco deseable porque sería conformarse con muy poco”, advierte el psicólogo y sexólogo Esteban Cañamares, director de Epec Psicólogos. Suelen acabar mal, ya que resulta difícil colmar la demanda de elogio, egoísmo y adulación de un vanidoso. “En esa necesidad de ser adorado, elegido, necesario… aumentan las posibilidades de infidelidad”, advierte Cañamares.

Supón que el otro supone
“El problema a la hora de hacer suposiciones respecto a las impresiones que provocamos en los demás es que sabemos mucho sobre nosotros mismos y muy poco sobre esos otros”, señala Epley. Y añade que esto nos hace cometer muchos errores, como “leer mal las mentes ajenas” o actuar como si ellos nos estuvieran viendo con el mismo detalle. La percepción egocéntrica puede ser muy mala consejera en el entorno de trabajo, ya que deteriora las relaciones de manera muchas veces irreversible. La clave estaría, según el psicólogo de Chicago, en evaluarnos de modo general y pasar por alto los detalles más microscópicos, digamos. En estos tiempos, ya son bastantes quienes tienen fama de malos amantes –precisamente su egoísmo solo les pide perseguir su propia satisfacción– y pésimos en la vida familiar y social, en el mundo del trabajo la situación es aún peor. En su informe Los 18 comportamientos más irritantes de los jefes españoles, elaborado por la consultora Otto Walters, esta cualidad figura en segundo lugar, detrás de la falta de respeto. Es un comportamiento que los empleados palpan en la prepotencia de sus superiores y su afán de protagonismo. También en el Informe Cisneros, realizado por la Universidad de Alcalá de Henares bajo la dirección de Iñaki Piñuel, los jefes son calificados de “narcisistas, psicópatas y paranoicos”, y más de un tercio de los encuestados los mandarían al psicólogo si pudieran. “El director narcisista busca en sus subordinados un auditorio, monopoliza sus méritos y fulmina a quienes creen que pueden hacerle sombra”, detalla el estudio.

Los hijos de naranjito
Los estragos de la vanidad, sobre todo cuando se vuelve enfermiza, se aprecian en todas las esferas de la vida. Si hacemos caso a una investigación realizada en la Universidad de San Diego (EEUU) bajo el sugerente título Los egos se inflan con el tiempo, resulta que la “generación Y”, nacida después de 1982, la sufre de manera alarmante. Piñuel explica los motivos: “Vivimos en una sociedad narcisista que ha permitido que la fuente de autoestima se traslade a la opinión de los demás, de manera que acabamos siendo el efecto de las expectativas de ellos. Los jóvenes lo padecen, sobre todo, por una falta de aceptación incondicional de la madre y por un descuido afectivo en la familia. Terminan desarrollando una personalidad vanidosa que en realidad oculta un profundo complejo de inferioridad que les aboca de inmediato al sufrimiento. Este rechazo de sí mismos provoca en ellos un deseo de fulminar y maltratar a todo aquel que demuestre que es mejor”. Dos investigadores de la Universidad del Sur de California (Drew Pinsky y Mark Young) detectaron cómo las personas con tendencias narcisistas se sienten atraídas por la industria del entretenimiento –no en vano, Hollywood les pilla muy a mano–. Abundan vanidosos en el mundo de la política, el arte, el periodismo, la docencia y en todas aquellas profesiones que permitan que se les rinda pleitesía y una dosis generosa de adulación. Ahora bien, nada que reprochar si de ahora en adelante cualquier sentimiento de grandeza supone una oportunidad para empezar a entender a los demás y, como dice el proverbio (y Elvis), “caminar un rato con sus zapatos”.

Redacción QUO