Desde el 18 de febrero, Juanjo Afán ya no es una persona con obesidad mórbida; la medicina simplemente le considera obe­so. Ese día, la báscula le dio un notición: hacía cinco años que la cifra que aparecía en la pantalla no bajaba de los 130 kilos, y muchos meses que no lo hacía de los 140. Marcaba 124 (su peso a comienzos de año era 143). Lo más sorprendente es que ha perdido esos 19 kilos en un mes y dos días sin recurrir a ninguna dieta milagro ni a una liposucción drástica en el abdomen. La pérdida de peso es el efecto de una operación que le ha dejado con el estómago de un bebé. Se la hicieron en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid el 16 de enero. “Después de ver los primeros efectos, ese día ya es para mi un segundo cumpleaños; marca un antes y un después en mi vida”, dice Juanjo.

Evaluar riesgos

La celebración está más que justificada. Las personas con obesidad mórbida (índice de masa corporal superior a 40) que se deciden a pasar por el quirófano, en realidad están contratando un seguro de supervivencia. “En el exceso de peso, lo de menos es el problema estético; lo que resulta más importante es cómo altera la calidad de vida de las personas, y a largo plazo, los graves problemas de salud que aparecen”, apunta Carmen Hernández, la cirujana que convenció a Juanjo de que se pusiera en sus ma­nos.
Porque hizo falta convencerle. Las noticias aparecidas el verano pasado sobre personas que se habían sometido a la misma operación que a él le proponían, le habían metido el miedo en el cuerpo. Pero la doctora le dio un argumento concluyente que esfumó sus dudas: “Ahora corres más riesgo que operándote”.

Alarma injustificada

En los hospitales públicos, la mortalidad en estas operaciones es inferior al 0,5%, es decir, una muerte por cada 200 o 250 cirugías. ¿Justifica esta tasa la alarma que se suscitó hace unos meses? Según los especialistas, está en la media de otras intervenciones, y cada vez es menor gracias a la incorporación en los últimos años de la cirugía laparoscópica, que ha reducido los días de hospitalización y las complicaciones postoperatorias. De hecho, los resultados son tan buenos que se interviene a personas de hasta 70 años.
En estas operaciones, el riesgo no tiene que ver tanto con la complejidad de la técnica, más sencilla que otras, sino con los problemas que surgen por la deteriorada salud de muchos de los pacientes que entran en el quirófano. La obesidad que arrastran desde hace décadas ha ido lastrando su constitución, y lo normal es encontrarse con pacientes que, además de exceso de peso, tienen artrosis, cardiopatía isquémica, hipertensión arterial, pancreatitis, cirrosis, insuficiencia respiratoria… y así, hasta una veintena de enfermedades más. La mayoría de estos problemas supone un riesgo añadido de cara a una intervención, pero también mejoran cuando el paciente pierde peso. Así que la cirugía se convierte en la mejor alternativa.
En la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad han comparado en un estudio la mortalidad que se produce entre las personas que se operan y las que no. Para hacerlo, siguieron durante cinco años a 6.700 obesos, y comprobaron que la mortalidad entre los intervenidos fue del 0,7%, mientras que entre los no operados llegó al 6%, diez veces más.

Comer fuera de casa

La esperanza de vida de Juanjo, como la del resto de personas que se han operado, se alargará unos 12 años, según certifican las estadísticas médicas. A Juanjo le sobran unos 60 kilos, así que, haciendo una cuenta rápida, por cada cinco que pierde gana un año. “Pero el objetivo de una operación de cirugía bariátrica no es solamente sumar años a la vida de una persona, sino también vida a esos años”, apunta Carmen Hernández. Con la intervención, además de su salud y calidad de vida, mejorarán su rendimiento laboral y su autoestima.
Un mes después de la intervención, los efectos de la pérdida de peso se dibujan a las claras en la cara de Juanjo, y no únicamente porque ya se nota más estilizada, sino por la sonrisa de oreja a oreja que la atraviesa. Su batalla contra la báscula comenzó en 1986 cuando empezó a trabajar y a comer fuera de casa. En un año ganó once kilos. A partir de ahí, comenzó la escalada: 110, 120, 130 hasta el récord de 143 a comienzos de este año, y también la espiral de dietas con y sin control médico. Algunas de ellas descabelladas.
La peor de todas, recuerda Juanjo, fue una tristemente fa­mosa en los 80, que consistía en to­mar tres pastillas, una roja, otra amarilla y otra azul, y como en otros tratamientos supuestamente milagrosos, comer la cantidad de comida que se quisiera. Captaban a sus clientes con este reclamo y unos efectos revitalizantes llamativos: “Nunca ha­bía desarrollado tanta actividad; con dormir dos horas tenía bastante”, recuerda Juanjo. Pero había trampa: “El tratamiento era un cóctel explosivo de anfetaminas”.

Sentencias

Tampoco puede hablar bien de las experiencias con algunos médicos de la Seguridad Social. En Ciudad Real, uno de ellos “resolvió” su exceso de peso con la siguiente sentencia: “Los que están gordos es porque quieren. La solución es no comer: fíjese, en países donde pasan hambre, como la India, no hay gordos”. Eso lo escuchó una vez, porque, obviamente, no volvió a ese médico, pero las sentencias de su ex mujer tuvo que oírlas durante años: “Uno de mis sueños era casarme con alguien delgado, y me tocó el gordo”. La relación acabó rompiéndose, y Juanjo pasó por un período en el que se sentía culpable por no haber sabido mantener su matrimonio.
Su autoestima estaba por los suelos, algo muy frecuente entre las personas con obesidad mórbida. De hecho, es una enfermedad en la que interviene un componente genético (no es el caso de la familia de Juanjo, donde todos son delgados), metabólico y también psicológico. De ahí que, entre la docena de profesionales que participan en el tratamiento y seguimiento de una persona que se opera, una pieza imprescindible es el psicólogo.

Lourdes no existe

Experiencias parecidas podrían contar muchas personas con exceso de peso. Sin salir de las dietas, cualquiera podría citar de memoria media docena de tratamientos con los que se pierde “y no se pasa hambre”. La coletilla es una frase acuñada. Pero cuando se habla de control del peso, los milagros no existen, según los especialistas. “La personalidad ansiosa de alguien con obesidad mórbida hace que coma más de lo normal, y de forma compulsiva: a veces se pegan auténticos atracones”, recuerda Carmen Hernández. Por este motivo, las dietas no funcionan a largo plazo, “y la cirugía se convierte en un milagro real, pues es la única opción que permite reducir mucho peso”, añade la cirujana del Clínico San Carlos de Madrid.
La clave está en el tamaño del estómago que le queda a las personas que se operan: literalmente es el de un bebé. ¿Y la dieta? Acorde con la de un recién nacido. De hecho, Juanjo nos contaba en el blog de quo.es que estaba “enganchado al biberón”, y que estaba “aprendiendo a comer de nuevo”. La única diferencia con respecto al aprendizaje de un bebé es que en el caso de Juanjo ha sido más rápido. Durante el primer mes tras la intervención, su dieta ha consistido en infusiones, leche, batidos (a elegir, fresa, vainilla y chocolate), y en las últimas semanas, como los niños al cumplir los seis meses, purés de verduras. En poco tiempo, sus comidas serán las normales de cualquier persona, en todo, ex­cepto en la cantidad ingerida. Como muestra, un botón: su merienda del 18 de febrero fueron dos dedos de compota de manzana en un vaso. Y asegura que no pasa hambre. Claro, que come cada dos horas, como recomienda la mayoría de dietistas: tomar muy poca cantidad, pero mu­chas veces al día.

Un año después

Si las previsiones se cumplen, dentro de un año Juanjo pesará alrededor de 90 kilos, y habrá dejado de ser muy obeso para tener simplemente sobrepeso. De su cuerpo se habrán esfumado 53 kilos de grasa (en Quo publicaremos la foto), y con ellos, 23 años de lucha contra la báscula.

Redacción QUO