Hace poco más de 20 años comenzó a desarrollarse en México un floreciente negocio: se trataba de criar ranas toro (Rana catestiana) para su exportación a selectos restaurantes de Estados Unidos y Europa, donde su carne se considera un bocado para gourmets. Aparecieron ranarios aquí y allá, y hasta ellos acudió el investigador Alfonso Islas, de la Universidad de Guadalajara, con una insólita petición: ¿podrían facilitarle las pieles que desechaban? Recientes investigaciones señalaban que la piel de la rana toro era rica en unas proteínas naturales, llamadas péptidos antimicrobianos, que podían ser muy útiles frente a determinadas infecciones. Con el tiempo se ha ido viendo que también están en plantas, insectos, reptiles, mamíferos… Y por supuesto, humanos. Estas proteínas se perfilan como una buena alternativa a los antibióticos convencionales, cada vez menos eficaces por la aparición de resistencias bacterianas. “Si penicilinas y demás dejan de funcionar, habrá que encontrar otras opciones…”, Luis Rivas, del departamento de Microbiología Molecular del Centro de Investigaciones Biológicas, del CSIC, lo tiene claro. Es uno de los expertos en péptidos antimicrobianos, que describe como: “La primera defensa de los seres pluricelulares contra la invasión por patógenos. Su gran ventaja es que, en general, tienen actividad sobre numerosos grupos de microorganismos, y que a estos les resulta muy complicado desarrollar resistencias frente a ellos”.
Pese a que estos péptidos nos acompañan desde el principio de los tiempos, no se empezó a conocerlos hasta hace unos 20 años. Eso sí, una vez se intuyeron sus posibilidades antibióticas, no han dejado de surgir investigadores que trabajan con todo tipo de animales. Desde que se secuenció el genoma del ornitorrinco, intriga por qué su sistema inmunitario es mucho más potente que el humano (véase Quo Nº 154, en Quo.es). La clave está en que el ornitorrinco tiene muchos más genes que codifican el péptido catelicidina, encargado de la defensa microbiana, que el hombre. En la sangre de caimanes y cocodrilos se ha encontrado un péptido capaz de matar bacterias (una de las razones por las que estos reptiles sanan con facilidad de las heridas); la saliva del dragón de Komodo puede dar con las claves de la inmunidad ante numerosas infecciones; en las secreciones cutáneas de los hipopótamos se dan unos péptidos gracias a los cuales eluden las infecciones; y los que hay en la piel de las ranas podrían combatir la tiña y la tuberculosis.

A flor de piel
La clave de su eficacia está en la definición del doctor Rivas: son la primera barrera defensiva del organismo, y como tal, se encuentran frecuentemente en la piel o en los fluidos que tienen contacto con los patógenos: sudor, lágrimas y saliva. Precisamente en la saliva humana se encuentra la histatina, un péptido antimicrobiano del que el equipo de Luis Rivas ha descubierto que puede matar al parásito de la leishmaniosis. Porque no ha de olvidarse que estos “nuevos antibióticos” están en todos los organismos pluricelulares, incluidos los humanos. “De hecho, se piensa que lo más interesante sería utilizar los péptidos propios, ya que así no se desarrollaría una posible respuesta inmunitaria o alérgica”. Rivas y su equipo han declarado también la guerra a Acinetobacter baumannii (Quo Nº 154, en Quo.es), un patógeno oportunista a menudo presente en las UCI y que puede ser muy dañino, ya que desarrolla resistencias a todo tipo de antibióticos. La idea es que los péptidos, aunque no eliminen el patógeno desde el principio, al menos impidan su diseminación hasta que la respuesta inmunitaria específica actúe y elimine la infección. Para su investigación están utilizando esencialmente péptidos híbridos: “Se trata, digámoslo así, de poner lo mejor de cada casa. Es una estrategia descubierta por David Andreu, de la Universidad Pompeu Fabra, con quien trabajo en colaboración, y consiste en combinar parte de un determinado péptido con parte de otro. Este híbrido se llama cecropina melitina; la cecropina aparece en la mariposa de la seda americana, y la melitina es la toxina del veneno de la abeja, aunque nosotros hemos cogido la parte que no es citotóxica”, explica Rivas. En el mismo Centro de Investigaciones Biológicas, un par de despachos más allá del de Luis Rivas, trabaja Ernesto García. Él también investiga unos nuevos antibióticos capaces de vencer a esas bacterias multirresistentes; son los fagos, que podríamos definir como virus que se comen a las bacterias (su nombre completo es bacteriófagos). Su mecanismo de acción, nos explica, es similar al de cualquier virus: “El fago inyecta su material genético en el huésped, que en este caso es una bact­­eria, y se multiplica dentro de él produciendo un número variable de copias de sí mismo. Este período de replicación termina cuando la bacteria se rompe y estalla, lo que libera a todos los fagos que tenía en su interior y que, a su vez, pasan a infectar a otras bacterias”.

Redacción QUO